Autor:
Robert E. Howard
Editorial
/ Colección: Timun Mas / Conan
Género:
Fantasía
Edición:
Cartoné
Año
Publicación: 2005
Gordon lanzó un golpe
salvaje hacia la voz. El cañón de su revólver golpeó de lado en un cráneo
humano; un hombre gimió y cayó al suelo. A su alrededor, un vivo clamor se alzó
bruscamente, y escuchó cómo rechinaba el cuero rozando contra la piedra…
El valle perdido de Iskande
A
principios de los años veinte, la revista Adventure
fue una gran influencia a la hora de que Howard decidiera convertirse en
novelista profesional. Sus primeros cuentos bebieron de los colaboradores habituales
de la publicación: Talbot Mundy, Harold Lamb, Arthur D. Howen Smith y Rafael
Santini. Por desgracia, aunque el texano lo intentó en numerosas ocasiones,
nunca logró publicar sus historias en ella. En una de sus numerosas cartas
comentó: “Escribí mi primer relato a la edad de quince años y lo envié a… Adventure, creo. Tres años después,
logré hacerme un sitio en Weird Tales.
Tres años escribiendo sin vender una sola línea. Nunca he sido capaz de
venderle nada a Adventure. ¡Creo que
mi primer intento arruinó mis posibilidades para siempre!” Como es natural, a
Howard le resultaba frustrante no aparecer en las páginas del fanzine que significaba
tanto para él. Por desgracia, sus cuentos no encajaban en la política editorial
de la empresa que, tal como suele suceder en estos casos, solo apostaba por
escritores famosos para vender ejemplares; los advenedizos (sin contactos ni
reputación) no entraban en sus planes. Puede que, si el texano hubiera seguido
insistiendo, cuando la cantera habitual de Adventure
hubiese desaparecido (todos eran individuos de avanzada edad), con la
experiencia que acumulaba, hubieran aceptado su material. Sus primeros pasos
como escritor, sobre todo entre 1922 y 1923, revelan a un joven que deseaba
emular el tipo de historias que devoraba en su revista favorita. De hecho,
Howard comenzó una docena de relatos (que nunca llegó a finalizar) sobre Frank
Gordon, un sincero homenaje al estilo de Talbot Mundy cuyo apodo El Borak tomó de Sabatini. La creación
de otro de sus más emblemáticos (y desconocidos) héroes tardaría más de una
década en tomar sustancia y llegar al público de la época.
En
1932, la desaparición de Fight Stories,
Action Stories y Strange Tales, obligó al texano a centrarse en su único cliente
fijo: Weird Tales. Por ello, dado que
Conan estaba teniendo una gran aceptación por parte del público, inundó las
oficinas de la revista con historias del cimmerio con un único objetivo: vender
lo máximo posible. A mediados del año siguiente, gracias a una sólida remesa de
cuentos esperando a ser publicados, por fin pudo abrir brecha en otros mercados
literarios: Top Noch le daría la
oportunidad de entrar de lleno en el universo de la aventura tradicional.
Francis
Xavier Gordon, antiguo pistolero de El Paso, vive exóticas y sangrientas
aventuras en las tierras de Oriente. Temido, admirado y odiado en partes
iguales por los hombres del desierto, su fama crece de tal modo que
prácticamente se convierte en una leyenda. Al igual que Bran Mak Morn o Solomon
Kane, El Borak es un individuo frío,
letal, duro como el acero, taciturno y salvaje en batalla. La convivencia con los
árabes, sus intrigas y costumbres, lo han convertido en uno de ellos. Gordon es
un superviviente y hará todo lo que sea necesario para continuar con vida. Sus
historias están llenas de batallas, traiciones, complots, sangre y violencia.
Un antihéroe del que, a mi juicio personal, tomaron mucho prestado a la hora de
crear a Indiana Jones. La influencia de Howard ha marcado a muchos emblemáticos
personajes del celuloide: John Rambo, Mad
Max, Harry Callahan, Serpiente Plissken,
Martin Riggs, Dutch (Depredador) y
Riddick, serían buenos ejemplos.
Top Noch
publicó tres aventuras de El Borak: La hija de Erlik Khan apareció en el
número de diciembre de 1934, El halcón de
las colinas en junio de 1935 y La
sangre de los dioses al mes siguiente. Más tarde, El país del cuchillo saldría en Complete
Stories en agosto de 1936 y El hijo
del lobo blanco en Thrilling
Aventures en diciembre de aquel mismo año. Dos relatos inéditos tardaron
décadas en ver la luz en un volumen que recopilaba todas las aventuras del
personaje: El valle perdido de Iskander
y La maldición de la triple hoja (El valle perdido de Iskander, Zebra
Books, 1976). Tal como siempre ha sucedido con Howard, la mayoría de su producción
literaria que prescindiera de lo fantástico (sobre todo aquella que no contara
con Conan) ha sido ninguneada por los críticos tachándola de poco interesante,
falta de garra y alejada del “estilo que lo catapultó a la fama”. Graso error:
los cuentos de El Borak son de los mejores que escribió el texano y constituyen
el preludio de estilo de futuras obras maestras como Más allá del río negro y Clavos
Rojos. A los “herederos” de la saga del cimmerio no les interesaba que los
lectores se salieran de la espada y brujería (personajes de los que poseían los
derechos) y, probablemente, por ello minimizaran importancia de sus historias
de aventuras, terror, boxeo, vaqueros y detectives.
EL
PUEBLO DEL CÍRCULO NEGRO
(WEIRD TALES, OCTUBRE-NOVIEMBRE DE 1934)
Conan esperó con cierta
impaciencia mientras la Devi, por primera vez en su vida, se vestía sola.
Cuando salió de detrás de la roca, Conan lanzó una exclamación de sorpresa. La
muchacha sintió que en su interior ardía un conjunto de emociones mezcladas al
ver la fiera admiración que brillaba en los ojos azules del cimmerio. Este
apoyó una mano en el hombro de la muchacha, al tiempo que la contemplaba
ávidamente desde todos los ángulos.
—¡Por Crom! —exclamó—.
Con las otras ropas tan místicas parecías fría, lejana... sí, remota como una
estrella. ¡Ahora eres una mujer de carne y hueso! Cuando te fuiste detrás de
esa roca eras la Devi de Vendhia, y ahora has salido de allí como una muchacha
de las montañas... ¡aunque mil veces más hermosa que cualquier otra mujer de
Zhaibar...! Eras una diosa..., ¡ahora eres una mujer real!
Conan le dio una fuerte
palmada a la joven en las nalgas, como expresión de su admiración, y la
muchacha lo entendió así, sin sentirse ultrajada en lo más mínimo por esa
actitud. Era como si el cambio de ropa hubiera dado lugar a una transformación
de su personalidad.
El pueblo del círculo
negro representa un paso hacia delante en la saga luego de
las últimas rutinarias historias del personaje. Yasmina, después de verse
obligada a ejecutar a su hermano, el cual había sido maldecido por la
nigromancia, decide vengarse de los hechiceros que lo llevaron a la muerte. Al
ascender al trono, planea utilizar a Conan, que es líder de una tribu de
montañeses afguli, para que ejecute a los Adivinos Negros de Yimsha. Por pura
casualidad, el bárbaro tropieza con la Devi mientras se encuentra negociando
por la vida de sus hombres cautivos y, sin pensarlo, la secuestra para
utilizarla como moneda de cambio.
Por
otra parte, Khemsa (un personaje secundario memorable), enardecido por la
ambición y el amor de la doncella de Yasmina, Gitara, traiciona a sus amos,
aniquila a los soldados del cimmerio y se lanza tras la persecución de ambos
con la intención de aniquilarlos. Finalmente, después de varias vicisitudes en
las montañas, Conan termina formando una alianza temporal con Kerim Shah (un
agente del rey Yezdigerd de Turan) para rescatar a la Devi de las garras de los
brujos.
La
lucha contra los Adivinos Negros demuestra la firmeza de Howard a la hora de
narrar una escena de acción:
El tercer irakzai ya se
había convertido en un cadáver decapitado, y el dedo del hombre vestido de
negro se levantaba una vez más cuando Conan sintió que se rompía la barrera
invisible. Un grito involuntario y feroz surgió de sus labios al saltar hacia
adelante con furia. Su mano izquierda asió el cinturón del brujo de la misma
manera que un hombre se aferra a un madero para no ahogarse. En su mano derecha
brilló la hoja de acero del largo cuchillo. Los hombres que estaban en los
escalones no se movieron. Contemplaban el espectáculo con una expresión cínica.
Si sentían alguna sorpresa, no la exteriorizaban en absoluto. En ese momento,
Conan no se permitió el lujo de pensar en lo que podría suceder si se pusiera
al alcance de sus cuchillos. La sangre latía en sus sienes y una nube de color
carmesí le oscurecía la vista. Sentía unas ansias terribles de matar, de hundir
su cuchillo en la carne y en los huesos de sus enemigos.
Yasmina,
a diferencia de otras féminas de la saga, es una mujer poderosa, fuerte y
segura; un agradable cambio que aporta profundidad y frescura a la relación que
mantiene con el bárbaro. Aunque fuera la historia más larga del personaje que
le había enviado hasta entonces, Fransworth Wright tardó menos de cinco meses
en publicarla desde su aceptación y le concedió la portada. Con justicia, es
posible que El pueblo del círculo negro supere
a todo lo que había escrito sobre el cimmerio hasta aquel momento.
LA
HORA DEL DRAGÓN
(WEIRD TALES, DICIEMBRE DE 1935 - ABRIL
DE 1936)
Con plena conciencia de su inferioridad, Conan
se dijo que debía enfrentarse cara a cara al monstruoso simio, asestar el golpe
mortal y confiar luego en la fuerza de su organismo para sobrevivir al terrible
abrazo del hombre-mono.
Cuando este estaba a
punto de alcanzarlo, agitando sus colosales brazos, el cimmerio se abalanzó
sobre él y le asestó una cuchillada con toda la desesperada fuerza de que era
capaz. Conan sintió que la daga se hundía hasta la empuñadura en el pecho y al
instante soltó el arma, bajó la cabeza y tensó el cuerpo, que se convirtió en
una masa compacta de músculos en tensión. Al mismo tiempo golpeó el vientre del
monstruo con su rodilla.
Durante unos instantes
interminables, el cimmerio se sintió sacudido por la furia de un terremoto.
Luego quedó libre y se encontró tendido en el suelo. A su lado, el monstruo
agonizaba, con los ojos en blanco y la empuñadura de la daga sobresaliéndole
del pecho. Su desesperado intento había dado resultado.
A
principios de enero de 1934, Howard recibió la noticia de que la colección de
relatos que había enviado a Inglaterra el año anterior había sido descartada
por Dennis Archer en los siguientes términos: “La dificultad principal para
publicar estos relatos en forma de libro es el fuerte prejuicio que existe en
la actualidad contra las colecciones de relatos cortos, así que me veo
obligado, bien que muy a mi pesar, a devolverle los relatos, Sin embargo me
permito adjuntar la sugerencia de que, si pudiera usted escribir una novela
larga de unas 70.000 o 75.000 palabras del mismo tenor que los relatos, mi
compañía, Pawling And Ness Ltd., que trata con bibliotecas de préstamo y es
capaz de garantizar una primera edición de 5.000 ejemplares, estaría encantada
de publicarlo”.
Sin
dejarse desanimar, Howard comenzó la escritura de Almuric, novela que tuvo que dejar de lado, incapaz de terminarla.
La conclusión era obvia: lo mejor sería centrarse en el cimmerio. En marzo, el
texano intentó narrar una historia (conocida posterioremente como Los tambores de Tombalku) que también
quedó a medias, siendo finalizada, como suele ser lo habitual, por otro
escritor, e integrada en el canon oficial de la serie décadas más tarde. La hora del dragón toma prestadas ideas
de varios relatos anteriores: la resurrección de un nigromante (El coloso negro), la huída de los
calabozos (La ciudadela escarlata), el
ataque de un monstruoso simio (Sombras de
hierro a la luz de la luna), su época como Amra (La reina de la Costa Negra) y gigantescas serpientes (El diablo de hierro). Como la novela
estaba dirigida al mercado británico, la mejor opción fue regresar a la etapa
del cimmerio como rey de Aquilonia para intentar atraer al mayor público
posible.
Víctima
de un hechizo, Conan se ve impedido a la hora de presentar batalla al reino de
Nemedia. Victorioso, el enemigo, después de derrotar a su ejército gracias a
una emboscada, cree que el bárbaro es una presa fácil de atrapar. Estas líneas
definen el carácter vehemente del personaje a la perfección:
—Llega el rey de Nemedia con cuatro
acompañantes y un escudero —dijo el joven a Conan—. Vienen a pedir vuestra
rendición, mi señor.
—¡Que se rinda el
demonio! —contestó Conan, haciendo rechinar los dientes.
El rey de Aquilonia
había conseguido sentarse sobre su lecho. Luego, con un esfuerzo supremo, se
irguió, tambaleándose como un borracho. El escudero se apresuró a ayudarle,
pero Conan lo apartó.
—¡Dame ese arco! —dijo
el cimmerio, señalando una de las armas que colgaban de un poste de la tienda.
—¡Pero, Majestad, la
batalla ya se ha perdido! ¡El enemigo respetará la sangre real del soberano
derrotado!
—Yo no tengo sangre
real. Soy un bárbaro, hijo de un herrero.
Encerrado
en las mazmorras de Xaltothun y condenado a una muerte segura, recibe la inesperada
ayuda de una de las concubinas de su captor, Zenobia, que le tiende las llaves
de su celda y un puñal para que pueda escapar. Aunque la muchacha le confiesa
que se encuentra enamorada de su persona, el bárbaro desconfía de ella en todo
momento, amenazándola varias veces con quitarle la vida ante el menor signo de
traición por su parte. Ello demuestra que el halo de caballerosidad que
envuelve a Conan es una idea ridícula: los héroes duros y salvajes no son
proclives al sentimentalismo.
Otra
escena memorable para el recuerdo:
—Sí, pero ¿qué vas a
hacer tú? Había pensado llevarte conmigo.
Una intensa alegría
iluminó el rostro de Zenobia.
—Si así fuera —dijo la
muchacha—, mi felicidad no tendría límites, pero no quiero ser un estorbo para
ti. Conmigo, la huida te resultaría mucho más difícil. No, no debes temer por
mi suerte. No sospecharán que he sido yo la que te ha ayudado. Lo que me has
dicho me llenará de alegría durante muchos años.
Conan la cogió entre
sus vigorosos brazos y, apretando contra sí el cuerpo ligero y vibrante de
Zenobia, la besó en los ojos, las mejillas, el cuello y los labios, hasta
dejarla sin aliento. El cimmerio era tan impetuoso en el amor como en la
guerra.
—Sí, me iré —murmuró el
bárbaro—, pero por Crom que volveré a buscarte algún día.
Después
de salvar la vida de una vidente, Conan descubre que para recuperar el trono y,
por extensión, su reino, debe obtener el Corazón de Ahriman para derrotar al
nigromante que lo ha conducido a la ruina mediante sus tenebrosas artes. El
resto de la obra es una ágil sucesión de aventuras al más puro estilo artúrico,
con la presencia intangrible del Grial/Corazón como eje de búsqueda de toda la
historia. El cimmerio recorre el mundo hiborio desde Aquilonia a la lejana
Estigia, incansable, afrontando todo tipo de acontecimientos. Al final de la
novela, cuando consigue su objetivo, la victoria y el retorno al trono es
inevitable.
Desgraciadamente,
Archer abandonó la editorial y La hora
del dragón no fue publicada por el nuevo dueño de Pawling And Ness; ejemplo
perfecto de la carencia de miras y la falta de buen gusto de los editores de la
época. Después de retocar algunas partes del texto, a Howard no le quedó más
remedio que venderla a Weird Tales,
donde consiguió la portada con su primer número y fue publicada desde diciembre
de 1935 a abril de 1936.
Escrita
en dos meses escasos, La hora del dragón
(cambiada por Conan el conquistador posteriormente)
es un libro épico, oscuro, sangriento y aventurero: el cimmerio en estado puro.
Muchos de sus pasajes demuestran la maestría que Howard había alcanzado como
escritor. La novela merece estar junto a algunas de las mejores obras de
fantasía de todos los tiempos como La
espada rota de Paul Anderson, El pozo
del unicornio de Fletcher Pratt o El rey
del país de los elfos de Lord Dussany.
NACERÁ
UNA BRUJA (WEIRD TALES, DICIEMBRE DE
1934)
—¿Eras apto para vivir,
Olgerd?
La sonrisa del cimmerio
no cambió mientras sus dedos estrujaban la carne temblorosa del kozako y se oía
el ruido de huesos rotos que se rozaban. El rostro ceniciento de Olgerd se quedó
rígido y la sangre comenzó a manar de su labio inferior, en el que había
clavado los dientes. Sin embargo, no se le escapó un quejido ni dijo una sola
palabra.
Con otra carcajada,
Conan soltó al kozako y retrocedió. Olgerd se tambaleó, y tuvo que apoyarse en
la mesa con la mano sana para no caer.
—Te concedo la vida,
Olgerd, como tú me la regalaste a mí —dijo Conan con absoluta tranquilidad—. Si
bien tú me hiciste descender de la cruz para que te ayudara a conseguir tus objetivos.
Además, me sometiste a unas pruebas amargas y difíciles que tú mismo no habrías
resistido, ni nadie que no fuera un bárbaro occidental.
Escrita
inmediatamente después de La hora del
dragón, esta historia contó con el beneplácito inmediato de Wright, que no
tardó con comprarla y concederle (otra vez) la portada. Conan, soldado
mercenario al servicio de la reina Taramis, se enfrenta al despiadado Constantius,
consorte de la hechicera Salomé, hermana gemela de la soberana que no duda en
arrebatarle el trono, suplantando su identidad.
Aunque
este relato no es de los mejores del texano, incluye una de las imágenes más
impactantes de la misma: Conan, después de ser vencido por fuerzas superiores
en número, es crucificado y abandonado a una muerte segura en el desierto.
Sus embotados sentidos
percibieron un intenso batir de alas. Levantó la cabeza y contempló con mirada
de lobo las aves que describían círculos por encima de su cabeza. Sabía que sus
gritos ya no las espantarían. Uno de los buitres descendió con más y más
rapidez, y Conan esperó con estremecedora serenidad. Luego echó bruscamente
hacia atrás la cabeza cuando el buitre pasó a su lado con un fuerte batir de
alas. El pico trazó un surco en la barbilla de Conan, pero éste, con todos los
músculos en tensión, volvió nuevamente la cabeza con la rapidez de un rayo y
atrapó con los dientes el cuello del pájaro, como si se tratara de un lobo con
un indefenso conejo.
Inmediatamente, el
buitre comenzó a graznar con desesperación. Sus aleteos histéricos cegaron al
cimmerio y sus garras le hirieron el pecho. Pero el bárbaro persistió en su
empeño, con los músculos de las mandíbulas temblando a causa del esfuerzo. Las
vértebras del cuello del buitre crujieron bajo los poderosos dientes que lo
atenazaban y en seguida el ave quedó inerte. Conan dejó caer el cuerpo cubierto
de plumas y escupió la sangre que tenía en la boca. Los demás buitres,
aterrados por la suerte corrida por su congénere, echaron a volar hacia un
árbol distante, donde se agruparon como negros demonios celebrando un cónclave.
Un feroz sentimiento de
triunfo se apoderó de Conan. La vida latía violentamente en sus venas. Todavía
podía enfrentarse con la muerte. Aún estaba vivo. Cualquier sensación intensa,
aunque fuese de dolor, era la negación de la muerte.
El
cimmerio, gracias a la vitalidad y la fuerza de voluntad indómita que lo
caracterizan, consigue sobrevivir en el lugar en el que cualquier otro
individuo menos capacitado perecería sin remedio. Aunque solo aparece en dos
capítulos, su presencia es tan poderosa que domina la historia de principio a
fin. Howard destilaba tanta confianza en el personaje que —detalle insólito en aquellos tiempos— se permitió relegarlo a un segundo plano.
El
final del relato es uno de los mejores de la saga:
El sol se alzaba en el
horizonte. El antiguo camino de las caravanas estaba atestado de jinetes con
túnicas blancas. La línea ondulante que formaban se extendía desde las murallas
de Khaurán hasta un lejano lugar de la planicie. Conan el cimmerio se
encontraba a la cabeza de esa columna. Estaba de pie frente a un madero,
enterrado profundamente en la tierra. Cerca del madero había una pesada cruz, a
la que un hombre estaba clavado por las manos y los pies.
—Hace siete meses,
Constantius —dijo Conan—, era yo el que colgaba de la cruz, y tú el que se
sentaba sobre el caballo.
Constantius no
respondió. Se mordió los labios grises, en tanto que sus ojos estaban vidriosos
por el dolor y el miedo. Los músculos de su cuerpo delgado estaban en tensión.
—Veo que sabes mejor
infligir la tortura que soportarla —agregó el cimmerio con calma—. Estuve
colgado de esa cruz como tú ahora, y sobreviví gracias a las circunstancias y a
un temple y un vigor que sólo poseemos los bárbaros. Pero vosotros, los
llamados hombres civilizados, sois blandos. Vuestras vidas no están clavadas a
vuestras espinas dorsales como las nuestras. Vuestra fuerza reside
principalmente en provocar tormentos, no en soportarlos. Estarás muerto antes
de que se ponga el sol. Así pues, Halcón, te dejo en compañía de otros pájaros
del desierto.
Y diciendo esto, señaló
a los buitres cuyas sombras cruzaban la arena, mientras daban vueltas arriba,
en el cielo. De los labios de Constantius surgió un grito inhumano, lleno de
espanto y desesperación, al comprender el irremediable destino que le esperaba.
Conan agitó las riendas
de su corcel y se dirigió hacia el río, que brillaba como una gran cinta de
plata bajo el sol de la mañana. Detrás del cimmerio, la larga columna de
jinetes vestidos de blanco se puso en marcha y avanzó lentamente. Al pasar
delante de la cruz, cada uno de ellos miró con indiferencia al condenado, con
la característica falta de compasión de los hijos del desierto. Y mientras la
oscura silueta del madero se recortaba ante el disco del sol naciente, los
cascos de los caballos hollaron el suelo levantando tenues nubes de polvo. Las
alas de los hambrientos buitres planeaban cada vez más bajo.
El
año 1934 fue productivo para Howard: había escrito tres de las historias más
memorables del cimmerio. Ignoraba que, por motivos puramente comerciales, se
vería obligado a abandonarlo en poco tiempo a favor de los westerns con los que ganaría más dinero.