Nuestra cuarta autora invitada es nuestra lectora Lizzy Hill.
“Recordando mi niñez, siempre con amor, y sonriendo…” así es como empieza una nana que le canto a mi hija pequeña, de apenas cinco meses, y así es como recuerdo mi niñez, sonriendo y jugando.
A veces pienso que pese a todo el tiempo transcurrido desde entonces sigo siendo como Peter Pan, porque de un modo u otro, continúo anclada en mi niñez y en esos recuerdos y momentos maravillosos que revivo junto a mis hijas. Realmente ser madre, contrariamente a lo que pensaba, me ha hecho más madura y responsable, pero también ha despertado la niña juguetona y fantasiosa que llevo dentro y que por algún tiempo sólo se había dormido.
Un buen día se me ocurrió cantarle a mi hija mayor la canción de “La abeja Maya” y aquello tuvo consecuencias imprevistas para mí. Le gustó. Tanto que me pedía ponérsela a todas horas. Gracias a San You Tube pudimos ver y escuchar no sólo a Maya, sino también a Marco, Heidi, Los Mosqueperros, Don Quijote, y tantos etcéteras que llenaría la página entera con sólo nombrarlos. Así que sus queridos Cantajuegos se vieron sustituidos por la “música de los papás”. Y nosotros encantados, claro. Y es que esas series de dibujos, cuando sólo había una cadena donde verlos, y esperabas con ansia el mediodía del fin de semana para poder disfrutarlos, significaron, sin duda, mucho para todos los niños de nuestra generación. Supongo que por lo que tenían de especiales únicos, ya que entonces no reponían los capítulos como ahora, que puedes ver el mismo episodio de Bob Esponja varias veces a lo largo de la semana e incluso el mismo día.
Además de las series, estaban los grupos infantiles, héroes donde los hubiera. Niños como nosotros pero que disfrutaban de todo lo que nosotros jamás podríamos llegar a soñar. Y a través de ellos vivíamos sus “hazañas”, nos identificábamos. Yo era una niña de comedor de colegio. Las dos o tres horas que pasaban desde que terminabas de comer hasta que empezaban de nuevo las clases se hacían larguísimas, y aunque siempre podías recurrir al pilla-pilla, la comba o la goma, en mi cole fuimos, por voluntad propia, más allá y organizábamos “actuaciones” para las compañeras totalmente improvisadas. Recuerdo que en una ocasión cantábamos a Parchís y nos hicimos unas fichas con las tapas de los cuadernos de clase (con el consiguiente disgusto de la profesora); o nos arrancábamos por Enrique y Ana e incluso por los Pitufos, que ahora se han vuelto a poner de moda con el estreno de la peli.
La música, los dibujos… y los libros. Pronto descubrí las historias de Los Cinco, de Enid Blyton. En realidad eran cuatro niños y el perro, pero era un perro tan especial que lo contaban como uno más del grupo. Me gustaban porque junto a ellos vivías aventuras, había pasadizos, misterios… Siempre lejos de las obligaciones, eternamente de vacaciones, libres… Por cierto que Enrique del Pozo tiene una canción preciosa en el disco del Hula Hop dedicada a Los Cinco. La única pega que le veía a estos niños es que eran ingleses, e Inglaterra parecía por aquel entonces tan lejana… Y de repente, por casualidad, encontré a Los Cinco españoles, que tampoco eran cinco, sino seis. Se hacían llamar Los Jaguares, y nacieron de la pluma de Laura García Corella. Eran niños de entre 10 y 15 años. Estaban los dos chicos mayores, Héctor y Julio; las dos chicas: Verónica, la guapa y rubia, y Sara, la lista (con gafas, muy típico); el buenazo y regordete Raúl, y el hermano pequeño de Julio, Óscar. Siempre estaban metidos en algún lío, viajaban por todo el mundo pero en otras ocasiones se quedaban en Madrid, o en Barcelona… Leyéndolos te deba la impresión de que te los podías encontrar al doblar la esquina. Para que luego digan que lo de fuera siempre es mejor.
Pero lo que de verdad me ha acompañado desde la niñez y no ha dejado de hacerlo hasta el punto de convertirme en coleccionista y fan absoluta, han sido las historias de “Esther y su Mundo”. Esa adolescente larguirucha y poca cosa que ha despertado más pasiones que Mis Universo, eternamente enamorada de su Juanito y a la sombra de su mejor amiga, la vivaracha Rita, me enganchó desde la primera viñeta que leí, seguramente en alguna revista Lily olvidada por una prima mayor, cuando las viñetas en vez de ser en color eran en rojo y negro. Esas historias eran como una droga. Leías las cuatro páginas del tebeo de publicación semanal y ya estabas deseando poder leer las del número siguiente. Bruguera lo sabía, y decidió editar cuadernillos con las historias de Esther. ¡Aquello fue mi perdición! Los niños de la época no disponíamos de efectivo para poder alcanzar tan apreciado tesoro. Un verano, una amiga y yo, ideamos un plan para poder comprarnos los comics de Esther. Ni cortas ni perezosas elaboramos una lista de “tareas domésticas” por las que nuestras madres nos tenían que pagar si querían que las hiciéramos: hacer la cama: 5 ptas.; barrer la casa: 10 ptas., etc. Ni que decir tiene que terminamos haciendo las tareas sin cobrar… Pero al final del verano, viendo nuestro interés por el tema, terminaron por comprarnos un librito de Esther, el número uno, que conservo como oro en paño. Hace unos años, tuve la ocasión de conocer a Purita Campos, la ilustradora de esta historia, y por supuesto me firmó mi pequeño tesoro, mucho más valioso para mí desde entonces.
No quiero despedirme sin antes nombrar, aunque sea de pasada, los libros de Maurice Leblanc dedicados a las aventuras de Arsène Lupin, un ladrón de guante blanco, bon vivant y burlón que es capaz de desvalijarte con una sonrisa e incluso de enfrentarse al mismísimo Herlock Sholmes (no, no es una errata, en estas novelas francesas el detective inglés se llama así, como guiño al original).
Me despido como comencé, “recordando mi niñez, siempre con amor y sonriendo…” Cada niñez es única. Desgraciadamente en nuestro país, por circunstancias, tal vez los recuerdos de nuestra generación sean más parecidos entre sí que los de las generaciones actuales, que tienen tanto donde elegir: tele, vídeos, consolas, internet… Pero me niego a que mis hijas no conozcan estos libros, músicas, personajes, dibujos, comics, etc. que tanto hicieron disfrutar a sus padres y cuyo recuerdo fue el origen de nuestra relación, sin los cuales probablemente, ellas no estarían ahora aquí.
Gracias Álex por permitirme recuperar estos recuerdo áureos a través de tu página.
LIZZY HILL.
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