Nuestro tercer autor invitado es Ramón A. González Trujillo, periodista y director del Aula de Cine de La Universidad de La Laguna (Tenerife).
Porque quería saberlo todo de ella. Compró el álbum de cromos de la película y lo completó, se aprendió los nombres de sus protagonistas, incluso leyó la novela en la que se basaba el film aun no estando recomendada para su edad.
Y es que ese director de cine le hablaba directamente a él, a un niño de ocho años. Y si a esto que os cuento le pongo el celofán de los ochenta, el nombre del director salta a vuestra mente como el resorte de un bic: Steven Spielberg.
Yo jugaba con las naves de Star Wars, también con los soldados del viejo oeste, aquellos de plástico que con una posición fija, eran capaces de entretenerme durante horas. Pero de pronto llegó E.T. y un niño de mi edad, con problemas parecidos a los míos, tomaba las riendas de una aventura que todos habíamos soñado alguna vez, el encuentro con un verdadero alienígena. Por una vez no estaban mal hechos, ni se veían en blanco y negro, la nave era de verdad, y en colores, y… ¡En pantalla grande!
Recuerdo que la entrega de los Óscars la vi entera, me alegré y me entristecí por los galardones ganados y perdidos. Lo que no sabía en aquellos días era que ya no volvería a ser el mismo, algo cambió en mí, y para siempre. Hoy sigo a muchos directores y escritores, también a dibujantes y músicos, pero Spielberg siempre tendrá un lugar especial en mi corazón. Soy uno más de la legión, y me enorgullezco de ello. Fue mi mentor en la distancia, alguien a quienes los niños y jovencitos de aquella época le debemos no avergonzarnos por llevar un ventolín en el bolsillo (Mikey llevaba uno en los Goonies), pudimos llorar en el cine sin avergonzarnos (¡E.T. estaba muerto!) y cuando llegó el momento (en el que mi madre me dijo, ahora puedes verla) un tiburón, el más grande de los monstruos de este planeta, venía a cambiar mi forma de bañarme en el mar, ¡También para siempre!
Después, mi madre comprobaría cómo intentaba dominar un látigo en el patio de mi casa (una cuerda de su tendedero), sin resultados aparentes, también fue testigo de mi bandolera ocasional, y de mi búsqueda del sombrero ideal sin resultados aceptables (la boina de mi abuelo me quedaba como el culo).
Los años pasaron y vinieron a darnos la razón a quienes seguíamos a este cineasta. Y cuando por fin ganó el Óscar en el 94 por "La Lista de Schindler" (1993), pude sentirme parte de su triunfo.
Hoy tengo miles de películas, pero sólo unas cuantas que forman parte de mi “persona”, curiosamente casi todas de Steven Spielberg.
Ramón A. González Trujillo.
Ramón A. González Trujillo.
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