Comenzamos la Novena Edición de Recuerdos de oro con nuestros invitados especiales. El primero de ellos es Luis M. Rosales, director de la revista Scifiworld y del Festival de Cine Fantástico de Madrid, Nocturna. También ha colaborado en otros Festivales como Sitges, Fantasporto o la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián; y ha escrito en revistas internacionales de cine fantástico como L'Ecran Fantastique, de la que es corresponsal en España, o la edición americana de Fangoria.
RECUERDOS DE ORO: POR LUIS M. ROSALES:
Uno de los recuerdos terroríficos que atesoro en mi memoria se produjo cuando tenía 6 años. Era el 22 de febrero de 1982 y por aquel entonces mi hermana, 12 años mayor que yo, era una gran aficionada al cine de terror. Durante esos años Chicho Ibáñez Serrador se adentraba en nuestros hogares a través de la pantalla del televisor para ofrecernos “Mis terrores favoritos” en la 2 de Televisión Española. Ese día la película que se iba a emitir era “Las Cicatrices de Drácula”, un film de la Hammer británica dirigido por Roy Ward Baker y protagonizado por Christopher Lee.
Frente al televisor, mis padres y mi hermana ocupaban los sofás mientras yo dibujaba, acostado sobre la alfombra. Cuando Chicho comenzó su presentación me quedé totalmente embobado. ¡Tenía que ver esa película! Lo deseaba tanto que apenas oí la voz de mi madre diciéndome aquella frase que tanto odiaba: “¡Venga Miguel, para la cama, que tu no puedes ver estas cosas!”. Cuando los malditos rombos corroboraron sus palabras me enviaron a mi cuarto. Una habitación, con balcón, de un primer piso que daba a la calle. Demasiado emocionado y frustrado para dormir, escuchaba atento los diálogos del film. Hasta que al fin, decidido, salté de la cama para escudriñar desde la puerta y averiguar que diablos tenía aquella película que no podía ver. Lentamente me acerqué a la puerta. Recuerdo el frío de las baldosas bajo mis pies y como, lentamente, asomé la cabeza y escudriñé el salón. Allí estaban todos sentados, pendientes de la película. Nadie podía verme. Sonreí y miré el televisor. En ese momento, Drácula (Lee) descendía por una pared hasta un balcón para hacerse con su víctima. Impresionado por la escena, un pequeño gemido de terror se escapó de mi boca. Raudos, mis padres giraron la cabeza y me descubrieron. Mi hermana fue la encargada de llevarme a mi cuarto. Refunfuñando, evidentemente enfadada por hacerle perder la película, me metió en la cama y tras taparme, apagó la luz y cerró la puerta. La oscuridad me envolvió. A través de las rendijas de la persiana unos haces de luz dibujaban las más extrañas formas. Como no podía ser de otra forma, mi imaginación se puso en marcha, y pronto los más horribles monstruos pululaban por la habitación. Escondiéndose en las sombras. Entonces, repentinamente, el viento azotó la persiana produciendo un extraño crujido que mi mente interpretó como si el mismísimo Drácula estuviera intentando entrar en mi cuarto. Y, evidentemente, como el niño asustado que era, me protegí escondiéndome bajo las mantas.
Curiosamente, años después, tuve la oportunidad de viajar a Londres para conocer a Christopher Lee. Cuando llegué a su casa me encontré con un anciano afable, en zapatillas, que fumaba a escondidas de su mujer y que recordaba mil y una anécdotas de su carrera que compartía con placer. Fue un momento único en el que pude contarle como me había aterrado de pequeño. Como había sido una parte muy importante de mi infancia y como aquel niño asustado que se escondía bajo las mantas había terminado dirigiendo una revista y amando apasionadamente el cine fantástico. Siempre recordaré su expresión, aquel brillo en sus ojos mientras me oía relatar mi historia. Porque puede que estuviese algo hastiado del personaje, pero tal y como me dijo aquel día, se sentía enormemente complacido de haber influido en tantas y tantas personas a lo largo de su vida.
Nunca sabemos lo influyentes que podemos ser en la vida de los demás, ni lo importante que puede llegar a ser nuestro trabajo para otros. Vivimos en nuestro propio universo, con nuestras propias alegrías y tristezas. Pero a veces, sin darnos cuenta, sin pretenderlo, nos convertimos en rayos de luz, de esperanza, para alguien que se encuentra al otro lado de la pantalla o del papel. Por ello, en la celebración de este décimo aniversario de “¿Qué fue de…?”, he querido compartir este recuerdo con todos vosotros y en especial con Alex. Al que tras la pantalla muchos le agradecemos su trabajo. ¡Muchas felicidades y que sean muchos más!
¡Larga vida al fantástico!
Luis M. Rosales.
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