Casi 200 películas dirigidas, medio centenar de seudónimos y una
filmografía que abarca media Europa y EEUU hablan bien claro de la
peculiar vida y obra (y algún que otro milagro) de Jesús “Jess” Franco.
Durante la mayor parte de su vida tuvo que ejercer de nómada pero siempre teniendo a París como referencia. Jess no escogía, simplemente iba allí donde pudiera trabajar, sobre todo con libertad, eso era lo que más valoraba.
Ése fue el leit motiv de su carrera y lo que le llevó a abandonar España, harto de la censura y de un régimen que sólo quería ver películas con niños prodigio y folklóricas. No sólo tuvo la prohibición del régimen franquista, el Vaticano (sospecho que por chivatazo de los anteriores) declaró “Enemigos de la moral católica” a Buñuel y a él. Jess decía con sorna que era un honor que le juntaran con Buñuel. Sospecho que la opinión del Vaticano le importaba un carajo.
El principal problema que tuvo el régimen de Franco con su “primo” director fue que Jess era imprevisible. Saltaba de un género a otro sin ningún rubor, tampoco tenía porqué, y en su cine siempre estaba presente la sordidez, el erotismo y el sexo. Estos dos últimos elementos que, como toda persona con buen criterio, él consideraba tan naturales como la vida misma.
Pero el género que más le tiró siempre fue el terror. “Gritos en la noche” (1962), “Miss Muerte” (1966), “Necronomicón” (1968), “El conde Drácula” (1970) y “Las vampiras” (1972) son sus cintas mejores valoradas. Jess nunca las consideró buenas películas, él afirmaba que no le gustaba ninguna de sus obras porque las conocía mejor que nadie y sabía de sus muchos defectos.
Entre las que menos le repugnaban estaban la nombrada “Necronomicón”, “Paroxismus” -aka “Black Angel”- (1969), “La condesa negra” (1974) y una de sus últimas cintas, “La cripta de las mujeres malditas” (2008).
Con la llegada de los 80, Jess dirigió su carrera hacia el porno, aunque siempre alternando con sus géneros favoritos. Fue un giro extraño pero una vez más Jess seguía haciendo lo que le daba la gana. En esta época nos dejó grandes títulos (en el sentido más literal de la palabra) como “Una rajita para dos” (1984), “Un pito para tres” (1985) y “Para las nenas, leche calentita” (1986).
El cine de Jess Franco fue un constante matrimonio entre su libertad creativa y sus defectos cinematográficos. Los desenfoques, los desencuadres, las sombras delatoras, los planos a contraluz sin filtros de ningún tipo y efectos especiales y de maquillaje rayando en la indigencia fueron la constante de su obra. Lejos de ser una tara, Jess convirtió todo esto en la base para construir su sello, su identidad propia.
Esa identidad propia le ha otorgado desde admiradores insignes como el mismísimo Quentin Tarantino hasta verdaderos apóstoles como Pedro Temboury o Kike Mesa, a los que calificaba como insensatos pero independientes y siempre rehuyendo de su condición de maestro.
El universo fílmico de Jess Franco va acompañado de una serie de nombre propios de le dan forma. Orson Welles, con el que trabajo como ayudante de dirección en “Campanadas a medianoche” (1965), donde coincidió con una de sus actrices favoritas, Jeanne Moreau. Con Welles trabajó en dos proyectos inacabados, “La isla del Tesoro” y “Don Quijote”, que en los años 90 se encargaría de montar entre varias vicisitudes para estrenar una versión tan extraña como polémica.
En el capítulo de actores tenemos a Howard Vernon, Jack Taylor o Antonio Mayans, protagonista de su última película. Entre las actrices hay que recordar a Diana Lorys, Elisa Montés, la malograda Soledad Miranda y como no, Lina Romay.
Lina fue su compañera durante casi 40 años tanto en la vida como en el cine. “No es mi musa porque es mi mujer, es mi mujer porque es mi musa” afirmó Jess en una entrevista. Su muerte hace poco más de un año fue un golpe absolutamente desolador para Franco.
Jess Franco volvió a la primera línea (por decir algo) cuando estrenó “Killer Barbys” en 1996 y ese mismo año recibió un homenaje en Nueva York recibiendo un premio de manos de Roger Corman. Franco repitió con los Killer Babys enfrentándolos a Drácula en 2002.
En el año 2009, la Academia de Cine, esa institución que está para velar por los intereses del cine español pero que en realidad se dedica a pontificar sobre qué debe ser y qué no debe ser cine español, reconoció su aportación a nuestra filmografía otorgándole el Goya de Honor 2008.
Jess recogió al cabezón en silla de ruedas y en compañía de Lina tras una emotiva presentación de Santiago Segura. Jess dio un discurso lleno de modestia y de gratitud hacia J.A. Bardem (su introductor en el mundo del cine), Lina y la Cinemateca de París, donde pudo ver en su juventud todas las películas que en España no se podían ver o quedaron mutiladas porque a su “primo” el gallego le dio la gana.
Jesús Franco falleció el 2 de abril de 2013 en Málaga, donde estaba hospitalizado en la Clínica Pascual tras haber sufrido un ictus.
Jess siempre dijo que trabajaría hasta el día que la palmase y con la cámara al hombro. Teniendo en cuenta que su última película, “Al Pereira vs. The Alligator Ladies”, fue estrenada hace apenas diez días, Jess Franco tuvo un final para su vida perfecto.
O mejor dicho casi perfecto, a él le gustaban las cosas imperfectas. Como su cine, como es la vida en sí.
En la foto: Héctor Mascahierro (miembro del equipo de Devoradores 2) y Alex Medina junto a Jesús Franco y Lina Romay, con motivo de la charla sobre "Don Quijote de Orson Welles" (1992) (Cine Víctor, 2005).
Rayco.
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