jueves, 23 de agosto de 2007

TARDES DE INFANCIA: POR LA QUE ANTES ERA HERA

Nuestra novena autora invitada ha sido nuestra amiga y lectora La que antes era Hera, la cual ha titulado su artículo:
TARDES DE INFANCIA: POR LA QUE ANTES ERA HERA
Vomitaba. La fiebre se iba adueñando de mi cuerpecito de niña, lenta, décima a décima, como un escuadrón que avanza lento sobre un campo desierto y rendido. Sentía naúseas en mi estómago vacío. Y un hilillo de sudor frío bajarme desde la sien y recorrerme la mejilla. Tengo una imagen vaga de mi madre lista y dispuesta, cartilla en mano, para salir disparada a Urgencias con su hijita enferma. Pero no hubo Dios que me arrancase de casa hasta que no terminó "La flor mágica de los siete colores".

De todas las series de dibujos animados a las que me enganché en mi tierna y ochentera infancia, ésta es la que recuerdo más vívidamente, si acaso porque la vinculo con el recuerdo de enfermedad que padecí en aquellos años imprecisos, con una edad de entre seis y ocho años. Las desventuras de aquella jovencita, que recorría el mundo sin descanso en busca de una flor especial de siete colores, me tenía atrapada sin remedio. Que yo recuerde, no he vuelto a anteponer nada que salga en televisión a mi salud. Una vez fue bastante para aprender.

Tengo otro recuerdo, repleto de salud, por cierto, de mis aficiones televisivas infantiles. A las cinco (cinco en sombra de la tarde) tocaba merienda y "Barrio Sésamo". Mamá me picaba jamón en mi plato azul de plástico (un plato de lo más vulgar y cutre, pero al que le tenía un cariño fetichista que me hacía verlo como parte de la más refinada vajilla), me ponía un vaso de leche, me daba pan o galletas, y ¡a vivir!. A ver a Espinete en toda su desnudez, a Don Pimpón en lo que luego supuse que serían malos viajes de ácido, a Julián (y rezando para que nunca hubiera en el barrio un quiosquero como él, que me caía mal) y en general a todos los personajes, incluyendo aquella lavadora homenaje a "Star Wars" cuya presencia siempre me desconcertó.


Qué tardes tan simples, qué vida tan plena, qué felicidad, cuanta inocencia. Si hubiera sabido que esas tardes se recordarían con tanta ternura, me hubiera esforzado por grabar un recuerdo más vivo de ellas. Pero aunque no recuerde imágenes, recuerdo olores, sensaciones y sobre todo sentimientos. La alegría sencilla de la infancia, cuando la vida no te pide tanto, ni tú tanto a ella.
LA QUE ANTES ERA HERA

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