miércoles, 31 de agosto de 2011

RECUERDOS DE ORO: POR ELIZABETH G.

Finalizamos la quinta edición de Recuerdos de oro con la colaboración invitada de Elizabeth G. Al mismo tiempo damos las gracias a Paco Fox, Manuel Diaz Noda, Lidia Cervantes, Lizzy Hill, Rubén y a la propia Elizabeth G. por la calidad de sus artículos y por su disposición para mantener viva la sección un año más.
Corría finales de los ochenta y las chaquetas de cuero súper anchas y hombreras hacían furor. Asíduos a esta moda eran los hermanos Goss de Bros, junto con su bajo Craig Logan, que más tarde abandonaría el grupo. Recuerdo ver al cantante Matthew con su característica chupa de color rojo bailando al ritmo de “When will I be famous?”. Y aún retumban en mis oídos “I owe you nothing” y “Drop the boy”.

Tan sólo un año antes había asomado por el panorama musical un tímido y pequeñito Rick Astley, con su pegadizo y bailable “Never gonna give you up” y con grandes éxitos como “Whenever you need sombody” o “Together forever”.

Fueron mis grandes ídolos de la adolescencia. Soñaba con conocerlos algún día, y tengo que decir, que bien pasada la treintena, aún no he topado con ninguno. Si lo hubiera sabido, tal vez no hubiese derramado tantas lágrimas escuchando “Falling in love” de Rick. Tampoco hubiera hecho el artístico esfuerzo de crear una embarrada y pequeña figura con el busto de Matt Goss, realizado con su perfil y el frontal de su gemelo, el batería Luke Goss; debido a mi escasez de material fotográfico sacado de la mítica SÚPER POP. Conservé esa cabeza hasta hace unos diez años, fecha en la que decidí deshacerme de todas mis cosas viejas. Estos días me he acordado, y la verdad es que ahora no me importaría que adornara una esquina de mi escritorio.
En cuanto a series de televisión, me encantaba “El Equipo A”. No podía entender cómo mis padres iban a descansar y ¡perderse “El Equipo A”! Hoy en día lamento decir q no aguantaría un capítulo sin quedarme dormida. Aún así entretuvo las siestas de mi niñez, mientras mis dos hermanos se peleaban en el sillón y yo les mandaba callar, para que no despertaran a mis progenitores.

Otras series de mi infancia y adolescencia fueron “Apartamento para tres”, “Los vigilantes de la playa”, “McGyver”, “El Gran Héroe Americano”, “Juzgado de Guardia”, la cual emitían muy tarde, pero tenía un encanto especial que me enganchaba. Otra serie de éxito fue “Las Chicas de oro”, a mi madre le gustaba mucho. Recuerdo con ilusión gritar: ¡Mamá ya empezó “Las chicas de oro”! Y, como no podía faltar, “Verano azul”, que después repetirían hasta la saciedad. Y series entretenidas como “Los problemas crecen”, “Salvados por la campana” y “Aquellos maravillosos años”, que siempre dejaba un halo de nostalgia.
Un programa de televisión que, sin duda, marcó de lleno mi infancia fue “Barrio Sésamo”. Por esa época me regalaron una gallina negra, a la que le puse de nombre Caponata. La tenía como una mascota y aún no era adulta. Un día salí de casa con mis padres y al volver no encontraba a Caponata. La descubrí muerta colgando del mango del horno. Fue un gran trauma, murió ahorcada; se había subido a la silla que yo había colocado justo antes de salir para alcanzar un vaso y beber agua; quería ser autosuficiente. Lo peor de todo es que mi padre quería aprovechar para comérnosla; me negué en rotundo. No me cabía en la cabeza el hecho de que mi mascota pasara a ser caldo de gallina.
También tengo que nombrar “La Bola de Cristal”, donde descubrí por primera vez a unos jovencísimos Mecano, al igual que a una megamaquillada y blanca Alaska, junto con los Electroduendes. Los Fragel Rock hicieron mella en mi vida, y me viene a la mente frases como “La montaña de basura ha hablado”.


Hablando de dibujos animados, los que marcaron mi infancia fueron: el entrañable “David el Gnomo”, “Mazinger Z”, “Ulises 31”, “Érase una vez el cuerpo humano”, que para mí lo tenía todo, entretenida y didáctica, al igual que “Érase una vez el hombre”. “Los Sabios”, era un programa presentado por Isabel Gemio, por aquel entonces llamada Isabel Garbí, con la actuación estelar del espíritu de la ciencia MIM (mi inteligente muñeco). Otras series de dibujos animados que llenaban mis horas de diversión eran “Los osos Amorosos”, ”Los dioses del Olimpo”, unos dibujos muy divertidos que amenizaban la sobremesa. Recuerdo con especial cariño: “La abeja Maya”, yo tenía el muñeco de Maya y uno de mis hermanos a Willy, así como los memorables ”Heidi” y “Marco”. Por aquella época tenía el peluche del mono Amedio y recuerdo que un día llegaba de clase y fui corriendo a mi cuarto a buscar a mi mono Amedio: “Mamá, ¿dónde está mi mono? A lo que ella respondió: “lo tiré a la basura, estaba roto y sucio”. La verdad es que estaba hecho polvo, pero aquello me dolió tanto que aún lo recuerdo y sigo buscando un peluche idéntico.

La película que marcó mi infancia fue, sin duda, “E.T., el extraterrestre”. Con 9 añitos, lloré mucho al final, y me sequé las lágrimas para que, cuando encendieran las luces del cine, nadie me viera con los ojos empañados. Recuerdo que me faltó una estampa para completar el álbum de la película. Y como siempre, lo conservé hasta hace relativamente poco, que me lo tiró mi madre.

También me gustó “Superman”. Una vez la pusieron muy tarde, de noche, por la tele, y siendo una niña aguanté sin quedarme dormida hasta el final, con toda la familia. Eran momentos muy entrañables frente al televisor.

Cuando se estrenó “El retorno del Jedi” fui ilusionada a verla al cine con mi padre y mis dos hermanos, porque mi madre estaba en casa con mi hermana recién nacida. Me quedé prendada de Luke Skywalker. “Los Gremlins” también fue una película que me encantó, aunque siempre me quedé con las ganas de tener un Gizmo de peluche; años más tarde sí que lo tuvo mi hermana pequeña, pero yo ya era “grande para tener muñecos”. Y “Regreso al futuro”, que me entusiasmó, y nunca me canso de volver a ver. Con un tema que desde entonces me ha gustado mucho en las películas “el viaje en el tiempo”.

Lástima que no podamos disponer de una máquina del tiempo para revivir esos viejos tiempos, aunque como todo está grabado, siempre podremos ver una de estas películas y rescatar en nuestra memoria vivencias de esa época.
ELIZABETH G.

martes, 23 de agosto de 2011

RECUERDOS DE ORO: POR RUBÉN

Nuestro quinto autor invitado es Rubén, creador del bloghttp://musicainfantil-porsiempreninos.blogspot.com/:
Si tuviera que elegir alguna serie, canción o película que marcó mi infancia no sabría cual decir, empezaré escribiendo de los primeros programas de televisión que recuerdo.

Uno de los primeros en lo que se refiere a televisión fue “Dabadabadá” cuando apenas tenía cuatro o cinco años de existencia, recuerdo los grupos y solistas infantiles del momento que pasaron por ahí, Parchis, Botones, Popitos, Antonio y Carmen...tampoco puedo olvidarme de “Sabadabadá” y el famoso concurso de “Tigres y leones” una de las primeras canciones que empecé a tararear, pero uno de los programas que, sin duda mas me marcó fue el mítico “La bola de cristal” curiosamente Los Electroduendes no era mi parte favorita sino los sketches o cortinillas como quiera llamarse del propio programa, también me entusiasmaban las series incluidas en el mismo, primero “La pandilla” me chiflaba esa serie de niños tan antigua y tan bien hecha, después vino la estupenda “Familia Monster” a día de hoy una de mis series punteras de toda mi vida y por último “Embrujada” una de las series con las que mejores ratos pasé.
A mediados y finales de los ochenta recuerdo gratamente programas únicos y maravillosos como “El planeta imaginario” un alarde de precisamente eso, imaginación creativa, me fascinaba ver a un huevo andando o dos enchufes haciendo una curiosa coreografía.

Y como olvidarme de uno de los programas mas especiales para mí, sino el que mas, “Barrio Sésamo” no me perdía un solo capítulo de las andanzas de Espinete y sus amigos, que es la época que mas recuerdo yo, ni Caponata ni las posteriores imitaciones como Bluki o “Los mundos de Yupi” igualaron a Espinete y Don Pinpón, me encantaban las coreografías y las canciones de la serie, aparte de la parte americana que era el no va mas.

Después ya en los noventa recuerdo en especial y sobre todo, dos programas “Cajón desastre” y “Sopa de ganso” que fue uno de los últimos que vi mas que nada por la edad,  con doce o trece años te empiezan a interesar mas otro tipo de emisiones como series para adolescentes y cosas así. De “Cajón desastre” tengo un grato recuerdo, me encantaba la parte del concurso con Miriam Díaz-Aroca pero sobre todo las series cortitas que daban que apenas duraban 5 o 6 minutos por capitulo como la francesa “Emilie” y su divertido erizo o la italiana “Mister Hipo” que lo pasaba bomba viendo como el pobre protagonista sufría un ataque de hipo en el momento mas inoportuno.

Y como olvidar las series de televisión, es un punto aparte para mí, quizás porque las series es mas fácil poder recuperarlas con el tiempo o quizás porque guardamos una escena de algún capitulo o un actor o actriz que nos marcó.

Aparte de las mencionadas incluidas en “La bola de cristal” para mi hay tres series que son y serán mis favoritas y nunca podrán realizar otras de las que conserve tanto cariño como “La tía de Frankenstein”, “Ana de las Tejas Verdes” y “El pequeño vampiro” en este orden de preferencia. “La tía de Frankenstein” me fascinó cuando vi su primera emisión allá por 1987, no solo la historia y los maravillosos actores sino especialmente su música creada por los maestros italianos Guido & Maurizio de Angelis. Con el tiempo lo que mas recordé siempre de esa serie fue su música. “Ana de las Tejas Verdes” es mi segunda favorita, me encantaba la gran calidad de la serie y las disparatadas ocurrencias de la protagonista, interpretada por Megan Follows que después he seguido su carrera tanto en cine como en tv. Y por último “El pequeño vampiro” una serie encantadora que me gustaba muchísimo y lo pasaba en grande viendo las aventuras del vampiro Rudiger con su amigo humano Anton.

Hay tantas series que no puedo olvidarme así como dibujos animados pero son tantas que seguro me dejo muchas en el tintero, las mas especiales sin dudas fueron estas tres y otras como “Los Ravioli”, “La piedra blanca”, “Valle secreto”, “El profesor Poopsnagle”, “La superabuela”, “Sin pies ni cabeza”, “Chocky”, “Dragones y mazmorras”, “El inspector Gadget”, “Los trotamúsicos”, “La corona mágica”, “Ruy, el pequeño Cid”, “Sherlock Holmes”, “Los diminutos”, “Candy, Candy”, “Heidi”, “Ferdy”... y tantas otras...prácticamente me veía todas cuando aún solo habia dos canales y los autonómicos.

Ya en los 90 en plena adolescencia me interesaban mas otras acordes a esa edad como “Colegio Degrassi”, “Sensación de vivir”, “Salvados por la campana”, “Los problemas crecen”, “Somos diez” y como no, las de mas adultos de moda en esa época como “Falcon Crest”, “Starman”, “Los vigilantes de la playa”, “V”, “El coche fantástico” o “Misterio para tres” por nombrar algunas.

No puedo olvidarme tampoco de las películas infantiles que me marcaron como “Mary Poppins”, “La bruja novata”, “El abuelo está loco” o “Alicia en el país de las maravillas” todas de esa genial productora que es la Disney.

Respecto a la música infantil Parchís, como no, era por excelencia el grupo que mas recuerdo y mas sonaba, cuantas veces puse las cintas que tenía de peque una y otra vez oyéndoles así como a Enrique y Ana, Botones, Popitos, Antonio y Carmen o Regaliz, no podría decir cual de todos es mi grupo favorito porque me es imposible en cada escena o flash de mi infancia hay una canción distinta de todos estos grupos, que con el tiempo he tenido el gran orgullo de haber podido conocer en persona a algunos de los componentes que los integraban.

Todos estos son los recuerdos que mas me marcaron mi infancia en lo que se refiere a música y televisión pero tampoco puedo olvidarme como cualquier niño de los juguetes que tanto disfrute o de las chuches que tanto degusté, El Cinexin, El Tragabolas, El cubo de Rubik, El Blandiblu, la peonza, los coches de carreras, el tren eléctrico, juegos reunidos...el pica pica, los aspitos, los chicles Boomer, El Tigreton, La Pantera Rosa, Lacasitos, Conguitos, etc...etc...

Sin duda, soy uno de los niños de la generación para mi mas plena en lo que se refiere a series, música y creatividad, los maravillosos y añorados años ochenta, nunca mas se volverá a hacer una televisión como aquella, que salías del colegio y después de hacer los deberes te ponías frente a ella para disfrutar de la hora o hora y media de programación infantil, inexistente hoy día en los canales nacionales, sin duda, para mi el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor, en este caso, es del todo cierto.

miércoles, 17 de agosto de 2011

RECUERDOS DE ORO: POR LIZZY HILL

Nuestra cuarta autora invitada es nuestra lectora Lizzy Hill.
“Recordando mi niñez, siempre con amor, y sonriendo…” así es como empieza una nana que le canto a mi hija pequeña, de apenas cinco meses, y así es como recuerdo mi niñez, sonriendo y jugando.

A veces pienso que pese a todo el tiempo transcurrido desde entonces sigo siendo como Peter Pan, porque de un modo u otro, continúo anclada en mi niñez y en esos recuerdos y momentos maravillosos que revivo junto a mis hijas. Realmente ser madre, contrariamente a lo que pensaba, me ha hecho más madura y responsable, pero también ha despertado la niña juguetona y fantasiosa que llevo dentro y que por algún tiempo sólo se había dormido.
Un buen día se me ocurrió cantarle a mi hija mayor la canción de “La abeja Maya” y aquello tuvo consecuencias imprevistas para mí. Le gustó. Tanto que me pedía ponérsela a todas horas. Gracias a San You Tube pudimos ver y escuchar no sólo a Maya, sino también a Marco, Heidi, Los Mosqueperros, Don Quijote, y tantos etcéteras que llenaría la página entera con sólo nombrarlos. Así que sus queridos Cantajuegos se vieron sustituidos por la “música de los papás”. Y nosotros encantados, claro. Y es que esas series de dibujos, cuando sólo había una cadena donde verlos, y esperabas con ansia el mediodía del fin de semana para poder disfrutarlos, significaron, sin duda, mucho para todos los niños de nuestra generación. Supongo que por lo que tenían de especiales únicos, ya que entonces no reponían los capítulos como ahora, que puedes ver el mismo episodio de Bob Esponja varias veces a lo largo de la semana e incluso el mismo día.

Además de las series, estaban los grupos infantiles, héroes donde los hubiera. Niños como nosotros pero que disfrutaban de todo lo que nosotros jamás podríamos llegar a soñar. Y a través de ellos vivíamos sus “hazañas”, nos identificábamos. Yo era una niña de comedor de colegio. Las dos o tres horas que pasaban desde que terminabas de comer hasta que empezaban de nuevo las clases se hacían larguísimas, y aunque siempre podías recurrir al pilla-pilla, la comba o la goma, en mi cole fuimos, por voluntad propia, más allá y organizábamos “actuaciones” para las compañeras totalmente improvisadas. Recuerdo que en una ocasión cantábamos a Parchís y nos hicimos unas fichas con las tapas de los cuadernos de clase (con el consiguiente disgusto de la profesora); o nos arrancábamos por Enrique y Ana e incluso por los Pitufos, que ahora se han vuelto a poner de moda con el estreno de la peli.

La música, los dibujos… y los libros. Pronto descubrí las historias de Los Cinco, de Enid Blyton. En realidad eran cuatro niños y el perro, pero era un perro tan especial que lo contaban como uno más del grupo. Me gustaban porque junto a ellos vivías aventuras, había pasadizos, misterios… Siempre lejos de las obligaciones, eternamente de vacaciones, libres… Por cierto que Enrique del Pozo tiene una canción preciosa en el disco del Hula Hop dedicada a Los Cinco. La única pega que le veía a estos niños es que eran ingleses, e Inglaterra parecía por aquel entonces tan lejana… Y de repente, por casualidad, encontré a Los Cinco españoles, que tampoco eran cinco, sino seis. Se hacían llamar Los Jaguares, y nacieron de la pluma de Laura García Corella. Eran niños de entre 10 y 15 años. Estaban los dos chicos mayores, Héctor y Julio; las dos chicas: Verónica, la guapa y rubia, y Sara, la lista (con gafas, muy típico); el buenazo y regordete Raúl, y el hermano pequeño de Julio, Óscar. Siempre estaban metidos en algún lío, viajaban por todo el mundo pero en otras ocasiones se quedaban en Madrid, o en Barcelona… Leyéndolos te deba la impresión de que te los podías encontrar al doblar la esquina. Para que luego digan que lo de fuera siempre es mejor.

Pero lo que de verdad me ha acompañado desde la niñez y no ha dejado de hacerlo hasta el punto de convertirme en coleccionista y fan absoluta, han sido las historias de “Esther y su Mundo”. Esa adolescente larguirucha y poca cosa que ha despertado más pasiones que Mis Universo, eternamente enamorada de su Juanito y a la sombra de su mejor amiga, la vivaracha Rita, me enganchó desde la primera viñeta que leí, seguramente en alguna revista Lily olvidada por una prima mayor, cuando las viñetas en vez de ser en color eran en rojo y negro. Esas historias eran como una droga. Leías las cuatro páginas del tebeo de publicación semanal y ya estabas deseando poder leer las del número siguiente. Bruguera lo sabía, y decidió editar cuadernillos con las historias de Esther. ¡Aquello fue mi perdición! Los niños de la época no disponíamos de efectivo para poder alcanzar tan apreciado tesoro. Un verano, una amiga y yo, ideamos un plan para poder comprarnos los comics de Esther. Ni cortas ni perezosas elaboramos una lista de “tareas domésticas” por las que nuestras madres nos tenían que pagar si querían que las hiciéramos: hacer la cama: 5 ptas.; barrer la casa: 10 ptas., etc. Ni que decir tiene que terminamos haciendo las tareas sin cobrar… Pero al final del verano, viendo nuestro interés por el tema, terminaron por comprarnos un librito de Esther, el número uno,  que conservo como oro en paño. Hace unos años, tuve la ocasión de conocer a Purita Campos, la ilustradora de esta historia, y por supuesto me firmó mi pequeño tesoro, mucho más valioso para mí desde entonces.
No quiero despedirme sin antes nombrar, aunque sea de pasada, los libros de Maurice Leblanc dedicados a las aventuras de Arsène Lupin, un ladrón de guante blanco, bon vivant y burlón que es capaz de desvalijarte con una sonrisa e incluso de enfrentarse al mismísimo Herlock Sholmes (no, no es una errata, en estas novelas francesas el detective inglés se llama así, como guiño al original).

Me despido como comencé, “recordando mi niñez, siempre con amor y sonriendo…” Cada niñez es única. Desgraciadamente en nuestro país, por circunstancias, tal vez los recuerdos de nuestra generación sean más parecidos entre sí que los de las generaciones actuales, que tienen tanto donde elegir: tele, vídeos, consolas, internet… Pero me niego a que mis hijas no conozcan estos libros, músicas, personajes, dibujos, comics, etc. que tanto hicieron disfrutar a sus padres y cuyo recuerdo fue el origen de nuestra relación, sin los cuales probablemente, ellas no estarían ahora aquí.
Gracias Álex por permitirme recuperar estos recuerdo áureos a través de tu página.
LIZZY HILL.

martes, 16 de agosto de 2011

RECUERDOS DE ORO: POR LIDIA CERVANTES

Nuestra tercera autora invitada es Lidia Cervantes.
Yo, soy de la generación en que todavía era un acontecimiento para la familia y los vecinos, la llegada a casa de un aparato de televisión. Buaahh… los niños de esa casa nos podíamos considerar, poco menos que privilegiados, no todos lo tenían.
Recuerdo, siendo muy pequeña (dos o tres años) que la primera cosa que vimos en la pequeña pantalla (que entonces sí que era pequeña… y el mueble enorme…) fue un episodio de la serie “Bonanza”.  La serie la recuerdo con cariño, pero recuerdo con más cariño aun, cómo se preparó el momento; vivíamos en una planta baja (era un barrio humilde de Barracas... en Barcelona) mi padre puso el televisor en el recibidor, encarado hacia la puerta. Esta la habían sacado, entre él y unos vecinos, momentáneamente de sus goznes, para que no estorbase la visión.

En la acera, las sillas de casa y las de los vecinos dispuestas en una especie de platea. La tortilla de patatas y la sangría que había hecho mi madre, corrían de mano en mano, durante la emisión del episodio… Yo lo vi todo, sentada en las faldas de una vecina, mientras mi madre iba y venía atendiéndolos a todos.
Tras ese primer día llegaron muchos más. Algún que otro sábado el portal de mi casa se convertía en un verdadero “Cine de barrio”… Primero las mujeres preparaban el picoteo, y los hombres se discutían para sintonizar bien la señal con aquellas antenas de cuernos en forma de V y poder tener una autentica “Sesión de tarde”. Que es como entonces se llamaba el espacio donde nos ofrecían los largometrajes sabatinos de tarde o de noche… Ya digo, recuerdos muy, muy entrañables para mí.

Luego llegaron muchas más series, y programas… ¿Cómo olvidar series como “El santo”, “Los intocables” o “Viaje al fondo del mar”?

Y programas que dejaron huella, como “Galas del sábado”, “Los Chiripitiflauticos” (aunque así se llamo después, primero era “Antena infantil”) con Valentina, el Capitán Tan, El tío Aquiles, Locomotoro, etc., etc., como decía él…También existió el primer reality-show titulado “Reina por un día” (fue de las primeras emisiones que se hicieron desde los estudios de Miramar en Barcelona), "El show de Herta Frankel", con sus marionetas…

También recuerdo una serie que entre las niñas, menos niñas je, je, je, causó estragos. Se llamaba “The Monkees”, creo que ese fue el mayor fenómeno fans del momento; sólo superado años después por la visita a España de The Beatles.

Ya veis, casi me parece estar hablando de la prehistoria de la televisión en nuestro país… Luego, el siguiente paso fue la televisión con canal UHF… uffff… todo un adelanto… (Conste que todo era en blanco y negro aún… el color de forma generalizada vino después). La primera serie que vi en ese canal fue “El gran chaparral”… otra reliquia del pasado.

Claro que, mi tele y mi memoria televisiva, fue evolucionando con el tiempo, hasta hoy que el plasma preside el salón. Pero esos son mis primeros recuerdos televisivos. Toda una vida ha pasado desde entonces… Os agradezco esta oportunidad para rebuscar en los archivos de mi disco duro personal… ha sido todo un placer.
Enhorabuena por vuestro magnífico y elaborado blog.
Un montón de besos, para quienes lo hacéis posible.
LIDIA CERVANTES.

jueves, 11 de agosto de 2011

RECUERDOS DE ORO: "YO CONFIESO: MEMORIAS DE UN FRIKI MODERADO" POR MANUEL DÍAZ NODA

Nuestro segundo autor invitado es Manuel Díaz Noda, crítico de cine  que entre 2005 y 2010 fue director y presentador del programa "DeCine" en el  canal de televisión local de Tenerife Teidevisión Canal 6. Actualmente es co-presentador del programa de radio "La luna de Méliès" en Radio Aguere y creador de la web:http://www.adivinaquienvienealcine.com/2011/08/300-directores-malditos-de-augusto-m.html
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Algunas de las mejores historias empiezan así. Yo nací el 7 de abril de 1975, periodo a partir del cual, según algunos, el cine entró en decadencia (creo que yo no tuve nada que ver). El cine de mi infancia es aquel que, al parecer, ha transformado al séptimo arte en una mera industria comercial alejándolo de los valores artísticos que le dieron la grandeza. Será por eso que a mí me gustan las películas que me gustan.
Podría definirme como un friki moderado. Puedo convivir con otras especies humanas, nunca me he disfrazado de Darth Vader ni de Obi Wan, no hablo Klingon u otra lengua de la Confederación de Planetas, no he leído “El señor de los anillos”, y tampoco juego a rol. Sin embargo, como buen chico de los 80 mi afición al cine se forjó gracias a lo que yo denomino las santísimas trinidades, es decir, la trilogía de “La Guerra de las Galaxias”, la de Indiana Jones y la de “Regreso al futuro” (imagino que para las nuevas generaciones viene a ser el equivalente de “El señor de los anillos”, “Matrix” y Harry Potter), leo cómics desde mi más tierna infancia, pasé gran parte de mi adolescencia viciándome con los juegos de ordenador, me sé de memoria el monólogo final de Rutger Hauer en “Blade Runner” y me postro ante el suelo que pisa John Williams. Si me preguntan a mí, la primera película que recuerdo ir a ver al cine fue el “Superman” de Richard Donner, de la mano de mi padre, y aún hoy sigue siendo una de mis favoritas. Según la versión de mi madre, la primera fue “Mazinger Z. El Robot de las Estrellas”, cuando tenía dos añitos (tras esta revelación no pude resistirme a comprar el DVD de la peli editado por Asian Trash Cinema). Aprendí que no se llega tarde al cine cuando entré a ver “El Imperio Contraataca” con la peli empezada y me pasé años sin ver la batalla en el planeta Hoth. Ver “Excalibur” con apenas seis años me descubrió el mundo de las leyendas artúricas y la literatura medieval de caballerías. caballerías. Sólo he llorado con tres películas en mi vida, la primera fue “Bambi”, la segunda “E.T.”, y la tercera el “King Kong” de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack (es que los animalitos siempre me han tocado la fibra sensible). Si hay quien cita entre sus iconos sexuales a Marilyn, Raquel Welch, Brigitte Bardot, Gina Lollobrigida o Anita Ekberg, yo, sin despreciar a las anteriores, me quedo con la Princesa Leia en bikini (¡cómo no!), la Sigourney Weaver de “Alien, el Octavo Pasajero” (sí, por la escena en la que se queda en braguitas y top que todos están pensando) y Tanya Roberts (“El Señor de las Bestias” y “Sheena, la Reina de la Selva” son dos placeres culpables que conservo en el recuerdo desde mi infancia). Creo haber visto en pantalla grande todas las películas que hicieron durante los 80 Arnold Schwarzenegger (apellido que, dicho sea de paso, escribo de un tirón y sin mirar) y Sylvester Stallone. Bueno, “Conan, el Bárbaro” no la pude ver en su momento en cines porque era para mayores de 18 años, pero con el tiempo he cubierto esa falta múltiples veces gracias al video y al DVD. Sin embargo ahí no quedaba la cosa. Aún recuerdo esas reuniones familiares en las que todos los primos nos hinchábamos a ver las pelis de Bud Spencer y Terence Hill, “Aterriza como Puedas” o de artes marciales (yo empecé bien, con Bruce Lee y “Furia Oriental”, después llegaría Jackie Chan y su mono borracho). En televisión me marcaron “El Coche Fantástico”, “El Equipo A”, “Corrupción en Miami” y “V” (Vaaale, “Marco” y “Heidi” también, pero lo confieso únicamente porque estaba Miyazaki de por medio).
A medida que fui creciendo, me fui aficionando al género del terror, pero nada de obras maestras. La primera vez que vi “El Exorcista” me aburrí soberanamente porque había que pegarse más de media película para que Regan empezara a soltar la bilis. No, la primera cinta de terror que recuerdo ver fue “La Bestia bajo el Asfalto”, una especie de explotation de “Tiburón”, dirigida por Lewis Teague, y con guión de John Sayles antes de convertirse en el Fernando León de Aranoa del cine indie USA. Lo cierto es que yo iba a ver otra película (“As de Ases”, con Jean Paul Belmondo, que a día de hoy sigo sin ver), pero me equivoqué de sala. Me pasé más de un año diciendo que era mi película favorita (Dios –aka Billy Wilder-, perdóname, era un niño y no sabía lo que decía).

Después llegaría el gore, bendito gore. Empecé a comprarme la revista "Fangoria", a ver las Pesadillas en Elm Street, los Viernes 13, los Stuart Gordon y Bryan Yuzna, y a día de hoy sigo pensando que el Peter Jackson que valía la pena era el de “Mal gusto” y “Braindead” (aunque su gran obra maestra sigue siendo “Criaturas Celestiales”).
El año 1989 marcó mi vida. Tras ver el “Batman” de Tim Burton e “Indiana Jones y la Última Cruzada” fui verdaderamente consciente por primera vez de lo profundamente que me gustaba el cine. A partir de ese momento empecé a ver más cine clásico y a ponerme al día en otros tipos de cine. No dejé de ver el tipo de películas que me gustaban, pero al menos ya no iba diciendo por ahí que “La bestia bajo el asfalto” era mi película favorita.

Al llegar a la Universidad, por alguna razón, mis compañeros de clase se crearon la imagen de que yo era una especie de “coco del cine”, y me preguntaban por títulos selectos de cine de autor, a lo que yo siempre respondía “sí, sí, la he visto”, para no defraudarles. Como no me gusta mentir (más que nada por si me pillan), me fui aficionando a nombres como Bergman, Dreyer, o Tarkovski (sí, sí, éste también lo escribo de corrido y sin mirar), mucho cine mudo (especialmente alemán) y fui desarrollando por así decirlo un gusto más “intelectual” del cine, más analítico (aunque si me permiten la indiscreción, no tan divertido). Por esa época se produjo el llamado boom del cine español, con directores como Julio Medem, Juanma Bajo Ulloa, o Alex de la Iglesia, así que empecé a ver más cine patrio. Comencé a escribir en una revista universitaria llamada El Barraquito, y a continuación entré en el Aula de Cine, donde conocí buenos compañeros y grandes amigos.

Llegados al siglo XXI, la humanidad descubrió que la última frontera no era el espacio, sino el mundo digital y virtual. Así que me dediqué a reconvertir mi colección de VHSs en DVDs. Mis primeras películas en este nuevo formato fueron “Gladiator” de Ridley Scott (regalito de Reyes, junto con el reproductor) y el pack de Alien, y en estos años he aprendido a reconciliarme, gracias a las reediciones, con el cine de mi infancia. Ahora, en mi estantería de películas tengo más de 40 títulos protagonizados por Jackie Chan, y junto a la edición especial para coleccionistas que editó Cameo de “Sacrificio” de Andrei Tarkovski, tengo las películas de Ed Wood y “El Vengador Tóxico” (“¡toooma ya!”, como decía Alvaro Vitali en las pelis de Jaimito). Tal vez algunos vean esto como una regresión, yo personalmente, así soy más feliz.
MANUEL DÍAZ NODA

martes, 9 de agosto de 2011

RECUERDOS DE ORO: POR PACO FOX

Para el inicio de la quinta edición de Recuerdos de oro tenemos el placer de contar con Paco Fox, creador del blog Vicisitud y sordidez:http://vicisitudysordidez.blogspot.com/, y copresentador de los programas Videofobia en la web http://www.viruete.com/category/videofobia; y Cine Basura en Canal + Xtra.
¡Un post de encargo para un blog que no es de humor! Por una vez puedo relajarme y no estar pensando en soltar una tontería por párrafo. Más bien soltaré una tontería por párrafo sin pensar y de manera natural. Porque no puedo escribir de otra forma. Cual ñordo duro falto de fibra, simplemente no me sale.
El amigo Alex me encargó que escribiera sobre cosas de la infancia. Ciertamente, me paso todo el día hablando de películas. Por ello, no hablaré de mis recuerdos infantiles cinematográficos. También he dado la tabarra mucho de mi vida privada en mi blog, por lo que no me dedicaré a mis recuerdos familiares. Por otra parte, todo el mundo con mi edad tiene más o menos los mismos recuerdos televisivos, por lo cual tampoco hablaré de series. Ni escogeré la copa que hay delante de mí. Porque la iocaína procede de Australia, como todo el mundo sabe. Y Australia está poblada por criminales. Y los criminales están acostumbrados a que la gente no confíe en ellos, tal y como yo no confío en vos, por lo que claramente....

Vale, ya está. Es que me gusta mucho ‘La princesa prometida’. En parte gracias a la banda sonora de Mark Knopfler, líder del primer grupo musical del que fui verdadero fan. Lo cual me lleva a pensar que lo más adecuado sería escribir sobre mi infancia musical. Ese momento en que el gusto está en pañales. En mi caso, en pañales necesitados de un cambio urgente.
Cuando era niño, inocente y bastante insoportable, lo que más escuchaba era lo usual: mis discos de Los Payasos o de Enrique y Ana, los cuales creo que tenía más por inercia que por verdadero interés. Sin embargo, lo mío era sobre todo poner una y otra vez un disco recopilatorio de música adulta que incluía, nunca entendí por qué, el tema principal de ‘Don Quijote de la Mancha’. Me gustaría pensar que era una señal de mis futuros gustos, por aquello de esa épica introducción con coros. Pero sospecho que más bien se trataba de que la voz de Miliki siempre me pareció desagradable, que Ana no me ponía nada y que Enrique del Pozo era Enrique del Pozo.

Parchís nunca me interesó demasiado y, un tiempo más tarde, dediqué mis horas al lado del tocadiscos a escuchar schlager para niños en la figura del Padre Abraham en el país de los Pitufos. Pero secretamente, lo que más me gustaba era lo que oía por la radio. Yo era más de canciones de los mayores. De Perales, Pimpinela y Bertín Osborne. Incluso de esa obra maestra del aspartamo-pop que era ‘Sólo pienso en tí’, de Víctor Manuel. Nada de música extranjera, en un doloroso contraste con mi colección actual de discos, que sólo contiene cuatro artistas cantando en español y uno de ellos es italiano.
Antes de que ‘hacer algo secretamente en casa’ fuera sinónimo de ‘onanismo desaforado’, yo me dedicaba a poner cuando no me veían algunos de los escasos discos de mis padres, los cuales nunca han sido gente muy musical. Pero al menos me permitieron deleitarme con clásicos del mundo viejuno como ‘Olvídame y pega la vuelta’ o ‘Noches de San Juan’. Pero, repentinamente, la bolsa escrotal creció, yo no crecí, y empecé a interesarme más activamente en la música. Veía todos los video clips que ponían en televisión, sobre todo en esos momentos de desconexión territorial en los que no paraban de repetir el ‘Money for nothing’ de Dire Straits, ‘Pictures in the Dark’ de Mike Oldfield, el ‘Take on Me’ de A-Ha o cualquier cosa con animación que pareciera moen-na y atrevida.
Y como retrete en restaurante de parada de autobús de carretera, empecé a tragarme de todo y desenfrenadamente. Por algún motivo, tenía mucha memoria para la música, y era capaz de recitar los popurrís de chirigotas de las casetes mortales con las que mi padre me torturaba cuando íbamos de viaje. De hecho, gracias a esos popurrís (espantos cthulhunianos en los que se utilizan melodías populares con letras humorísticas), mi cultura musical de todos los éxitos del pop anteriores a mi nacimiento era amplísima. Mi queridísima madre quiso reconducir toda esa habilidad a que recibiera clases de piano, pero, si bien podía desenvolverme con soltura en el solfeo, delante de un teclado daba más miedo que Jason Voorhees en una ferretería.

Claro que tampoco hay que llevarse a engaño: como a cualquier niño de bien, la música clásica me aburría más que un disco de Fleet Foxes interpretando a Stockhausen. Cuando eres infante es el momento de disfrutar de pop chorra y letras irrisorias. Por lo tanto, la primera casete que compré (en complot con mi hermano, tres años mayor, pero nunca muy aficionado a la música) fue ‘Entre el cielo y el suelo’ de Mecano. Esa fue la primera pata del cacao sónico de mi infancia.
La segunda y tercera la formaron las dos primeras cintas que conseguí en casa de un amigo que poseía el Santo Grital: un tocadiscos que podía grabar casetes. Fueron ‘The Final Countdown’ (El disco a lo largo de 1986) y el primer LP de The Communards. El cuarto lado de mi cuadriculada base musical fue el primer disco que me compré al 100% con mi dinero ahorrado a base de no comer poloflanes (en mi pueblo, nombre oficial de los Flash). En una época en la que mi principal prioridad presupuestaria eran los juegos de Ultimate (a pesar de que nunca me los acababa) o de Dinamic (a pesar de que me cago en su puta madre cómo me timaban esos cabrones), eso era un sacrificio económico de primer orden. ¿En qué invertí mis duramente ahorradas pesetas? Pues en Franco Battiato, of course. Con 12 años. Escuchando cosas como ‘Yo prefiero la ensalada a Beethoeven y Sinatra / A Vivaldi uvas pasas que me dan más calorías’.

Por lo tanto, mi base musical quedó establecida, cual hórreo del horror, sobre cuatro pilares:

Vicisitud (Mecano), Épica y Laca (Europe), Gaycidad (Communards) y What the Fuck (Battiato). Iba a decir que el día que encontrara un grupo que me diera todo esto al mismo tiempo, surgiría una nueva era en la que la gente irá por las calles perdiendo masa encefálica, portando lazos en los penes y, por lo tanto, mucho más feliz. Pero mirando mi colección de CDs me doy cuenta de que tengo varios ejemplos de esta unión ultraterrena y no voy por la calle dejando caer cachos de cerebro. Lo que haga debajo de mis calzones, por otra parte, es algo entre yo y la que pronto será mi exmujer si no dejo de hacer el imbécil.

Mientras que muchos de mis amigos actuales pasaron sin problemas de Europe a Journey, Poison o cualquier AORterismo del güeno, yo dejé mi afición por el rock un poco apartada y me imbuí del espíritu ochentero en esencia: Stock, Aitken y Waterman. Mi segunda compra surgió de una tremenda lucha interna entre lo que yo sospechaba que era una mariconada de calidad (el ‘Red’ de Communards) y lo que de una manera instintiva sabía que era una mariconada de música Mac Donalds: El primer disco de Rick Astley. Como por aquella época escuchaba mucho a C.C. Catch (por erotismo) y a Modern Talking (por erotismo), me decidí por el pop alegre de la segunda opción. Claro que dio igual: la tercera compra fue ese magnífico ‘Red’, que contaba con la primera canción emotiva que realmente me traumatizó: ‘For A Friend’, dedicada a un amigo fallecido por SIDA.

Pero al fin y al cabo era un niño al que sólo le interesaba leer ‘El Hobbit’ y terminarme el ‘Target: Renegade’. Así que lo de la reivindicación sosiarl me pasaba un poco por encima cuando me compraba cosas como el ‘Actually’ de Pet Shop Boys y escuchaba ‘It Couldn’t Happen Here’. Yo adquirí ese disco inconsciente de todo subtexto de gaycidad. Lo que me fascinaba más bien era ese inquisitorio videoclip de ‘Ez Azín’. Porque ya se iniciaba mi época de obsesión medieval y por la fantasía heroica que, en lugar de conducirme por los usuales vericuetos de Blind Guardian y Manowar, acabó abocándome a los pozos de la música celta (con el tiempo aseguro que he conseguido distinguir algunas jigas entre sí; no siendo así con los ‘reels’, lo cual sería una hazaña sobrehumana. Y si sabes la distinción entre ambos, sólo puedo decirte una cosa: cuéntamela, por favor, de manera que lo entienda. Y que no me importe un carajo).

Tanta gaycidad y desgaste del casete de Franco Battiato, pero notaba que me faltaba algo. Lo mío, por mucho que escuchara música y fantaseara con participar en El Tiempo es Oro con el tema ‘Compañías y programadores de Spectrum’…

(Aunque realmente fantaseaba más con esto)…
… eran las películas. La narrativa. Las historias largas. Más ¡¡¡¡ÉPICA!!!!
Por aquellos entonces, comencé a hacerme mis propias VHS con videos grabados sobre todo del ‘3X4’, programa que veía porque los pelillos de pincho de Julia Otero me ponía cosa fina. Así vieron la luz varias afrentas a la naturaleza que comenzaban, por ejemplo, con el ‘Got My Mind Set On You’ de George Harrison, seguían con el ‘I Surrender (To The Spirit Of The Night)’, demostraban falta de decoro con un mix de Francesco Napoli y culminaban con una actuación en playback de José Luis Perales. Y en una de éstas que me dio por grabar ‘Sultans of Swing’, versión de Mark Knopfler con Eric Clapton en el concierto de Mandela. Y lo flipé. Sobre todo por la duración de la canción. Era ¡¡¡¡ÉPICA!!!! Así que, para cuando me regalaron mi primer equipo de música, pedí como primer CD el recopilatorio de Dire Straits (además del vinilo de ‘Introspective’ de Pet Shop Boys; cómo no me daba cuenta de la gaycidad del video de ‘Domino Dancing’ es algo que hoy en día no me explico).
Mi desilusión fue ligera cuando comprobé que la versión original de ‘Sultans’ hacía un feo fade antes de todo el desarrollo instrumental. Pero… estaba ‘Telegraph Road’. La canción más larga del grupo, con su historia y su tremendo clímax. Yo no lo sabía, pero estaba ya encaminado a la perdición. La inocencia de la niñez se fue por el retrete cuando, inconscientemente, me introduje en el terrorífico mundo… del rock progresivo. Pero eso ya no son recuerdos de la infancia. Gracias a peich. Porque quién sabe qué traumas arrastraría hoy si hubiera escuchado de joven ‘The Gates of Delirium’. Como su propio nombre indica.




PACO FOX.