Menahem Golan nació 31 de mayo de 1929 en
Tiberíades (Palestina, hoy Israel). Tras haber sido piloto en las
fuerzas aéreas israelíes, marchó primero al Reino Unido para estudiar
arte dramático y luego a Nueva York para aprender dirección
cinematográfica. En los 50 retorna a su país y en 1964 se junta con su
primo Yoram Globus para formar una productora.
Fueron
unos años duros hasta que 1974 triunfaron con “Kazablan”. Dirigida por
el propio Golan y protagonizada por un talludito Yehoram Gaon, el
Manolo Escobar hebreo, “Kazablan” era un musical que versionaba “Romeo y
Julieta”. Con esta peli lograron dos nominaciones a los Globos de Oro.
Tres años después, Golam sería nominado al Oscar a la Mejor Película de
Habla no Inglesa por “Operación Relámpago”, un cinta de acción basada en
el secuestro real de un avión con Yehoram Gaon, el inquietante Klaus
Kinski y la musa del erotismo al estilo “bésame o te machaco” Sybil
Danning. Pero el pelotazo en taquilla les llegó en 1978 con la primera
entrega de la saga “Polo de limón”, historia de chavales obsesionados
con el sexo y claro antecedente de “Porky’s” y “American Pie”. La saga
dejó ocho entregas y convirtió en actor de culto al gordito Zachi Noy.
Menahem Golan y Yoram Globus.
En 1979, Golan y Globus llegaron a EEUU y cantando
aquello de “California, here we come” compraron por 500.000$ una pequeña
productora, Cannon. Y como si de San Pedro se trataran sobre esa piedra
construyeron su templo del cine chungo y ratonero.
La primera declaración de intenciones (y de
hechos) de la Cannon fue “The Apple” (1980), una metáfora del Antiguo
Testamento envuelto en un musical hortera, futurista y ambigua
sexualmente (por ser amable) y que mezcla baladas moñas, música disco y
temas intensos y trepidantes a lo Jim Steinman; además de un final de
ésos que producen hilaridad, incredulidad e ira homicida a partes
iguales.
Golan-Globus
descubrieron que lo que quería la gente de los 80 era acción, y butacas
con reposabrazos, pero sobre todo acción (confío en que Matt Groening
no va a leer esto). Y pensaron: “eso de los ninjas no está muy visto en
occidente”. Y luego se preguntaron: “¿quién mejor para hacer de Ninja
que Franco Nero?”. Son de esas decisiones absurdas pero que molan
porque, como todo el mundo sabe, un actor italiano de spaghetti-westerns
y que venía de protagonizar una explotation italiana de “Tiburón” es
ideal para hacer de ninja. Y así parieron “La justicia del ninja”
(1981).
La saga “ninja” se convirtió en una
plataforma para intentar lanzar a Sho Kosugi. El nipón ejerció de
villano en la primera parte; en la secuela, “La venganza del ninja”
(1983), se convirtió en el héroe mientras quería lanzar infructuosamente
a su hijo Kane (¿te suena de algo, Will Smith?). Para la tercera
entrega, “Ninja III: la dominación” (1984), Kosugi apareció en la última
media hora para derrotar el espíritu de un ninja malvado que había
poseído a una chica. El film mezcla elementos de “El exorcista” con
momentazos como cuando a la chica casi se la traga su armario, ¿les
suena?. Queda claro que en la Cannon sentían un total desprecio por la
continuidad, como los cómics de DC.
El
siguiente paso de la Cannon fue unirse al que sería uno de los pilares
de la compañía, Charles Bronson. Coprodujeron la segunda aventura del
arquitecto justiciero Paul Kersey, “Yo soy la justicia” (1982). En
Paramount no le veían más futuro a las andanzas de Kersey, pero en la
Cannon sí. Esta manía de comprar derechos de sagas moribundas sería una
constante en su historia. El futuro de la saga pasó por darle el “toque
Cannon”; esto no era otra cosa que aumentar el nivel de facherío y
violencia a niveles risibles. A partir de ahora Bronson limpiaría las
calles a bazokazo limpio si hacía falta como en “El justiciero de la
noche” (1985), pues como debe ser. A mí me gustaría hacer lo mismo en un
concierto de Pitbull o Abraham Mateo. El por qué llamaron en nuestro
país a la peli “El justiciero de la noche” cuando es más diurna que sus
predecesoras es de esas preguntas que me temo que no tienen respuesta.
En esta primera etapa se dedicaron a picar de
allí y allá, sacando comedietas como “El último americano virgen”
-1982- (que no deja der ser una especie de remake de “Polo de limón”);
pelis insulsas de aventuras (“La dama perversa” -1983- ) y distribuyendo
basuras “top” como “El tesoro de las cuatro coronas” (1983), aventuras
italianas a lo Indiana Jones en 3D y con Ana Obregón (sí, Ana Obregón y
3D juntos, el horror); “El desafío de Hércules” (1983) o cómo Luigi
Cozzi convirtió al mítico héroe griego en una explotation de “Conan”
para mayor gloria de Lou Ferrigno y Sybil Danning; y la multiganadora de
los Razzies “Bolero” -1984- , con John Derek mostrándonos lo buena que
estaba su señora Bo acompañada de Ana Obregón.
A estas alturas ya ha quedado claro que Golam-Globus tenían mal gusto, peor criterio y aun peor olfato comercial.
1984
fue el año del despegue. Y eso que la cosa no empezó bien pues
produjeron “El caballero verde”. En otro alarde de visión comercial,
adaptaron esta historia artúrica con la misma dosis de emoción que las
Páginas Amarillas y llenaron el reparto con viejas glorias como Trevor
Howard y Peter Cushing, le sumaron un Sean Connery en horas más bajas
que la valoración de los políticos y para hacer del prota, Sir Gawain,
el director quería a Mark Hamill. La Cannon, como si fueran los
Charlotte Bobcats, en vez de fichar a Luke Skywalker ficharon a… Ator.
Sí, Miles O’Keeffe y su inenarrable peluca fueron la cabeza de cartel
por lo que no es de extrañar la hostia que se dieron en taquilla.
Pero el éxito estaba a la vuelta de la
esquina. Y no lo consiguieron con ninjas, justicieros urbanos o héroes
medievales. La clave estaba en darle a la muchachada aquello que estaba
de moda y así nació “Breakin’”. La peli narraba la historia de una chica
y dos chicos, que tras conocerse descubrieron su pasión común por el
breakdance. Aunque vista hoy la película da cosa, fue el mayor triunfo
del estudio. Costó poco más de 1 millón de dólares y recaudó en EEUU 38
millones, lo mismo que “Terminator”; y acabó en el “top 20” del año en
la taquilla americana. Si el dato es bueno o malo lo dejo a su criterio.
Lo mejor es que generó una rápida secuela que
posee el mejor título de la historia del cine, “Breakin’: Electric
Boogaloo”. En ella, la protagonista que en la primera parte trabajaba en
un restaurante de comida rápida y conducía una tartana, ahora es hija
de un millonario. También mantiene una relación con uno de sus dos
amigos de “Breakin’”, algo que ni se insinuaba en la misma. Su amigo gay
desapareció de escena (un sueldo menos) y al otro protagonista, le
buscaron una novia latina (por aquello de la diversidad cultural) con
una voz en VO que recomiendo escuchar. La escena cumbre es cuando los
protas montan un número de baile en un hospital, quirófano incluido en
medio de una operación. En definitiva, obra maestra.
Pero el gran acontecimiento del año Cannon
fue la unión con un actor marcial, de barba cerrada, rostro inexpresivo y
con una ideología que convierte a Intereconomía en un canal de sucios
perroflautas comunistas. La Cannon decidió que la guerra del Vietnam no
había acabado y para acabarla mandaron allí a Chuck Norris, que estaba
“Desaparecido en combate”. Rodaron dos películas simultáneamente que
debían estrenarse en orden cronológico: primero Braddock las pasaba
putas en un campo de prisioneros vietmanita; y luego, de vuelta a casa,
sería enviado a Vietnam para liberar a sus compañeros.
Pero Stallone empezó a rodar “Rambo” y la
Cannon dio prioridad a la aventura de rescate de Braddock y así, la que
iba a ser la segunda parte se convirtió en “Desaparecido en combate” y
la que iba a ser la primera pasó a ser “Desaparecido en combate 2”.
Vamos que es una secuela que en realidad es una precuela. Eso es un
regate y no lo que le hizo Romario a Alkorta.
Como los resultados en taquilla fueron buenos,
la unión Cannon-Chuck siguió dejando joyas como “Invasión USA” (1985),
con Chuck frenando una invasión de terroristas comunistas liderados por
el gran Richard Lynch; “Delta Force” (1986), un remake encubierto y
pasado de rosca de “Operación Relámpago” con un reparto que alternaba
con total naturalidad a ganadores del Oscar como Lee Marvin, George
Kennedy, Martin Balsam o Shelley Winters, con aportaciones europeas como
Hanna Schygulla y Bo Svensson y para hacer de villano a todo un
superviviente de la serie B como Robert Foster; y “El templo del oro”
(1986), con Chuck haciendo de Indy porque matar comunistas, palestinos y
vietnamitas también cansa.
En esos años de esplendor, la Cannon reveló
un plan maligno que amenazaba con cambiar la humanidad, ganar el
Festival de Cannes. Se pusieron a ello espoleados por los alemanes, que
en 1984 le dieron el Oso de Oro a “Corrientes de amor”, la cinta que le
produjeron al Cassavettes. Ese mismo año presentaron “Los amantes de
María” de Andrei Konchalovsky a Venecia y obtuvieron buenas críticas.
En ese infructuoso asalto a la Palma de Oro
usaron “El tren del infierno” (1985), la mejor película de la compañía y
con la que obtuvieron tres nominaciones al Oscar y un Globo de Oro para
Jon Voight. Detrás de la cámara estaba otra vez Konchalovsky, el ruso
aportó a la Cannon sus dos mejores obras. No está mal de un tipo que
luego dirigiría “Tango & Cash”. Por Cannes también pasaron con
“Locos de Amor” (1985) de Robert Altman; “Otello” (1986) de Franco
Zefirelli, que era una ópera filmada con Plácido Domingo; y “Vidas
distantes” (1987) otra vez con Konchalovsky y un resultado bastante
digno.
En medio de esa vorágine festivalera a
nuestros primos favoritos se les acerco uno de los mayores vividores de
la historia del cine, Jean Luc Goddard. Como buen vendemotos que es,
consiguió un contrato para filmar una versión de “El Rey Lear”. Al igual
que el primer contrato de Messi, dicho contrato se firmó en una
servilleta, pero el resultado fue totalmente contrario. Goddard se pasó
la obra de Shakespeare por la huevada y contó un rollo futurista
post-Chenobyl que no servía ni para presentarla a Cannes.
No todo fue fracasar, el momento álgido de la
Cannon se produjo en 1986, cuando la cinta holandesa “El asalto”, que
ellos distribuían, se llevó el Oscar a la Mejor Película de Habla no
Inglesa. Fue un triunfo menor e indirecto, pero algo es algo.
Pero volvamos a la esencia de la Cannon. Era
el turno de explotar el filón de Indiana Jones y dieron luz verde a
hacer una nueva adaptación (por decir algo) de “Las minas del Rey
Salomón” (1985). Allan Quatermain volvía con el rostro de Richard
Chamberlain y con la compañía de una Sharon Stone pre-cruce de piernas
pero que ya iba de diva por el rodaje. Cuentan las malas lenguas que por
ello sufrió una “lluvia dorada” indirecta por parte de la mitad del
equipo de rodaje. Vamos, que antes de rodar la escena de la olla gigante
se le mearon en el agua.
El director fue J. Lee Thompson, en su día
nominado al Oscar por “Los cañones de Navarone” (1961) y que, tras su
participación en las infames secuelas de la saga simiesca, se dedicó en
los 80 a pegarse cual garrapata a Charles Bronson para asegurar su
puente a la jubilación. Otros han hecho cosas peores con el mismo fin,
mirad a Mercedes Milá.
En otra muestra de innovación, la cinta
anterior y su secuela, “Allan Quatermain y la ciudad perdida del oro”,
fueron rodadas seguidas pero con dos directores diferentes. La secuela
la hizo Gary Nelson, el hombre que metió a la Disney en el abismo negro
con el ídem.
Y ahí seguían, sacando cosas como la secuela
de “La matanza de Texas” (1986) e intentando que nos familiarizáramos
con los ninjas. En esta segunda intentona ninja impulsaron la carrera de
otro ‘action hero’ de rastrillo, Michael Dudikoff con “El guerrero
americano” (1985), siendo eclipsado por el carisma de su compañero de
cartel, el gran y malogrado Steve James. En el cartel de la película se
leía esta frase: “el arte más mortal de oriente, ahora está en manos de
un americano”, en el que es el mejor tagline de la historia del cine
desde el de “Alien” (1979).
En su afán de diversificar, la Cannon se
lanzó a producir películas infantiles. Si luchar por la Palma de Oro era
raro, este giro era un doble mortal hacia atrás y con tirabuzón. Con el
nombre de Cannon Movie Tales sacaron “Rumpelstiltskin”, “Blancanieves”,
“La bella y la bestia” y así hasta nueve entregas de la dieciséis
previstas, por lo que no es difícil de deducir que la aventura infantil
fue un fracaso.
En
1985 compraron los derechos de la novela “Vampiros del Espacio” y la
transformaron en “Fuerza Vital” con Tobe Hopper al mando. Publicitada a
bombo y platillo fue un fracaso considerable a pesar de tener a Mathilda
May todo el metraje en bolas. En vez de tomar nota de ello y relajarse,
decidieron embarcarse en superproducciones en una idea tan audaz como ir de drag queen en el Valle de los Caídos un 20-N.
En 1987 la Cannon puso en marcha cuatro
proyectos importantes y que fueron un sonoro fracaso. Al menos tres de
ellos, porque el cuarto ni se llegó a rodar.
La Cannon había co-producido “Cobra” (1986),
un éxito mediano de Sly. A Golan su trozo de tarta le pareció pequeño y
se propuso rodar un éxito con el potro italiano en exclusiva. Y entonces
cayó la primera ficha del dominó.
Stallone que no se fiaba nada de los “Go-go
Boys” (apodo que les pusieron en Hollywood a Golan-Globus por su
peligrosa tendencia a dar luz verde a cualquier proyecto mínimamente
viable) y a cambio de firmar con ellos pidió un sueldazo (12 millones de
dólares, “Depredador” –del mismo año- costó 15). Golan estaba tan
obsesionado que le dijo que sí a Sly en todo y además dirigió
personalmente la película para que Stallone viera que el estudio estaba
implicado a tope y de paso se ahorraba el sueldo del director, ya que
Sly quería imponer a John G. Avildsen o a George Pan Cosmatos. Otra
condición de Sly era que se rodara un guión suyo y de Stirling
Silliphant, el hombre cuya discusión con el vendedor de fertilizantes
Harold P. Warren dio lugar al film “Manos, The Hands of Fate” (1966),
una de las pelis más chungas de la historia.
Así nació “Yo, el halcón”, que no es otra
cosa que un “Rocky” camionero que se dedica a los torneos de pulsos con
historia paterno-filial al fondo. Resultado: hostia terrible. Con la
sangre saliendo a borbotones por la herida, la Cannon se la jugaba en
los dos (en realidad, tres) grandes proyectos que tenían en marcha.
En su sana costumbre de comprar franquicias
moribundas, le compraron a los Salkind los derechos de Superman. Los
Salkind, tras “Superman III” y “Supergirl”, veían que las aventuras
kryptonianas no daban más de sí. Pero Golan-Globus eran de los que
tenían la temeraria e insana manía de abrir las puertas a cabezazos.
Contrataron al reparto original, tampoco les
costó mucho dada la famosa voluntad mercenaria de Gene Hackman, el
desorden mental de Margot Kidder y a Christopher Reeve le prometieron
financiarle la pasable “El reportero de la calle 42” (1987). En cuanto
al director, los dos Richard (Donner y Lester) dijeron: “no puedo, es
que he medio quedado”. Y así cayó en manos de Sidney J. Furie.
De todos modos, había un pequeño problema sin
importancia, faltaba la pasta para rodarla. Así se explican los
lamentable efectos especiales (reconstrucción de Muralla China con rayos
láser en todo lo alto) y que el guión original, que contemplaba la
lucha de Superman con un clon, se transformara en una pelea casi
barriobajera contra un hombre nuclear de rubia melena y porte gayer. Y a
la vista de algunas escenas eliminadas que han visto la luz, la cosa
pudo ser peor. Otro fracaso y todo pendiente del Príncipe de Eternia.
La tercera bala era una peli basada en los
juguetes de Mattel “Masters del Universo”. Los Masters tuvieron el
mérito de hacerse un hueco en la infancia ochentena pese a ser
concebidos inicialmente como merchandising de “Conan, el bárbaro”
(1982). Pero Mattel al ver la peli de John Millius, se desmarcaron del
asunto, lo suavizaron y convirtieron a Conan en el ambiguo He-Man con su
melenita rubia.
La fiebre de los Masters ya había pasado pero
como el hombre es un animal de costumbres ahí llegó la Cannon para
hacer la película. Tarde y mal, como Zubi fichando centrales.
El reparto tenía su aquel: Dolph Lundgren
parecía un buen He-Man, Frank Langella era (y es) un actor muy solvente
(Skeletor es uno de sus papeles preferidos); por el lado femenino
estaban Chelsea Field y su culo (me alegro por Scott Bakula) y Meg
Foster (con sus ojos-pecera) además de Christina Pickles y Courteney Cox
unos años antes de ser madre e hija en “Friends”. Y también teníamos un
gran secundario ochentero como James Tolkan. ¿Qué pasó?.
Pues qué la película era pobre en todos los
sentidos. Como no había dinero para reproducir Eternia recurrieron al
viejo truco de traerlos a la Tierra. Tampoco daba para hacer a Orko (que
en realidad era propiedad de la Filmation y no de Mattel), pero como no
podían renunciar al alivio cómico se inventaron a un enano peludo
llamado Gwildor para hacer de caricato. La situación económica era tan
chunga que algunos actores (Tolkan entre ellos) tuvieron que poner pasta
de su bolsillo para acabarla.
De esta serie de fracasos que mataron a la
Cannon, “Masters del Universo” es la más soportable pero tampoco
recomendable. El fracaso comercial dejaba a la Cannon con un pie en el
abismo y con el otro en el borde, pero de puntillas.
Lo curioso es que la confianza en la cinta
era tal que tras los créditos Skeletor nos anunciaba que volvería y ya
tenían en marcha varios aspectos de la pre-producción de la secuela.
Todo ese material caía en el olvido. De momento.
Pero falta una cuarta superproducción, la
puñalada invisible, el mayor “What…if” de la historia del cine (olvidaos
de Tom Selleck e Indiana Jones). Llegamos al “Spider-Man” de Albert
Pyun.
La Cannon compró a Marvel los derechos de
Capitán América y Spider-Man. El primer director iba a ser Tobe Hopper,
que andaba enfrascado en otros proyectos de la compañía; Joseph Zito
(Josecito para los amigos) le relevó, que quería contar con un stunt, un
tal Scott Leva, como Peter Parker; Bob Hoskins iba a ser el villano
(luego pasaría a ser el Dr. Octopus en otra reescritura); Lauren Bacall o
Katharne Hepburn como la tía May (gracias a Dios que no). Como si fuera
Míchel, también sonó Tom Cruise para el papel de Peter.
Zito se encontró con un guión demencial.
Aprovechando el éxito de “La mosca” del Cronenberg, se pensó en
trasformar a Peter Parker en una tarántula gigante que lucharía contra
un científico creador de animales mutantes que quería dominar el mundo.
Los gritos de Stan Lee todavía retumban por toda California. Lee propuso
un guión más decente pero irrealizable tecnológica y económicamente
hablando. Con el presupuesto menguando a cada semana que pasaba entra en
escena el temible y entrañable Albert Pyun. El director hawaiano dotado
de su peculiar sentido de la épica, tenía en manos una idea más
estándar, lo que es de agradecer en un hombre obsesionado con las
crucifixiones y los cyborgs con dominio del Kick-boxing, que era
enfrentar al trepamuros con el Lagarto y tenían en marcha varios
aspectos de la pre-producción. Todo ese material caía en el olvido. De
momento.
El proyecto nunca vio la luz. Todo esto no
sería grave si no fuera porque la Cannon ya había vendido la película a
los distribuidores antes de hacer. Ese dinero lo querían para tapar los
agujeros que había creado su contabilidad creativa (más aún que la de la
central nuclear de Springfield), esperando que el éxito de las tres
pelis comentadas antes ayudara a financiar “Spider-Man”.
El tiempo pasó, los derechos Marvel
caducaron, los distribuidores que pagaron preguntaron “¿y qué hay de lo
mío?” y la Cannon tenía menos liquidez que un equipo de Segunda B.
Pero ya sólo les quedaba soltar lastre con el
nombre de “El guerrero americano III”, “Alien from L.A.” o “Desparecido
en combate III”.
Con el fracaso y los acreedores aporreando su
puerta, todavía les dio tiempo para lanzar una película de culto entre
los fans del cine chungo y a otra nueva estrella del cine de acción.
Como las películas de bárbaros estaban en
decadencia, dieron luz verde, como no, a una peli a mayor gloria de los
hermanos Paul. Dos gemelos con la masa muscular inversamente
proporcional a su cerebro y mullets estratosféricos. Así nació “Los
bárbaros” -1987- (a la que toda una generación rebautizamos como “Los
hermanos bárbaros”).
¿Por qué es de culto?. Para mí lo es por la
escena en la que uno de los Paul rompe una cuerda con la fuerza de su
cuello, porque Richard Lynch es el villano y porque es inquietante
pensar qué se les pasó por la cabeza a Golan-Globus para contratar como
director a Ruggero Deodato, el de “Holocausto caníbal” (1980).
Un buen día un joven belga dio con Golan y
sin mediar palabra levantó su pierna hasta ponerle la suela del zapato a
medio centímetro de la cara. Hay diversas teorías sobre dónde fue tal
acontecimiento, unos lo sitúan en la calle, otros en el despacho de
Golan y otros en un restaurante. Esa duda es el material con que se
forjan las leyendas. El caso es que Golan quedó impresionado ante tamaña
muestra de talento interpretativo y así surgió “Contacto sangriento”
(1988), el primer papel protagónico de Jean Claude Van Damme. Como ven,
el nivel de exigencia de Golan es el mismo que el de un ligue a las 5 de
la mañana.
La unión Van Damme-Cannon tuvo continuidad de
la mano de Albert Pyun. ¿Se acurden del material no utilizado de
“Masters 2” y “Spider-Man”?. Pues Pyun lo cogió, lo recicló y lo
transformó en “Cyborg”. Sin saberlo Pyun, Van Damme y cía
estaban haciendo historia porque “Cyborg” fue la última película de la
Cannon en la era Golan-Globus. La peli costó 500.000$ y recaudó 10
millones.
Eso
era pan para hoy y hambre para mañana. En ese momento, el
distanciamiento entre los primos era tan grande, o más, que el agujero
económico del estudio. Como suele pasar en estos casos, el uno acuso el
otro de la mala gestión y, como suele pasar en estos casos, ambos eran
responsables al 50-50. El estudio acabó bajo investigación estatal ante
tanto trapiche. Globus se quedó con la Cannon y se buscó unos socios
europeos y Golan montó la 21st Century Films.
Globus decidió relanzar la Cannon haciendo un
film sobre el baile de moda, al estilo “Breakin’”. Sólo que la moda
ahora era peor, llega la lambada. Registró la palabra “Lambada” y tiró
p’alante, nacía “Lambada, fuego en el cuerpo” (1990).
Golan, por su parte, compró los derechos de la
canción porque “la canción representa el verdadero espíritu de la
lambada, más que la propia palabra” Golan dixit. Olfato comercial poco
pero como tocahuevos no tenía rival. Y así nació “Lambada, el baile
prohibido” (1990).
Se inició una carrera absurda para ver quien
estrenaba antes. Más absurdo fue el final porque ambas se estrenaron el
mismo día con resultados penosos. Las dos películas son evitables si se
quiere gozar de buena salud mental, pero para reírse es mejor “El baile
prohibido”. El guión es un “WTF?” de principio a fin, y ver a Richard
Lynch bailando lambada con Laura Harring no tiene precio.
Con su nueva compañía, Golan produjo una
versión de “El fantasma de la ópera” (1989) con Robert Englund de prota;
el digno remake de “La noche de los muertos vivientes” (1990) dirigido
por Tom Savini; le dio el gusto a Pyun de intentar resarcirse de lo de
“Spider-Man” al dirigir “Capitán América” (1990), cinta que se tuvo que
montar sin terminar porque se acabó el presupuesto a falta de diez días
para acabar el rodaje; y puso a arrastrarse a Charles Bronson/Paul
Kersey en la quinta y telefílmica entrega del justiciero, “El rostro de
la muerte” (1994). La 21st Century Film cerró en 1996 pero Golan siguió
produciendo y dirigiendo ya entrado este siglo. Su último film como
director fue una versión de “Crimen y castigo” (2002) protagoniza por
Crispin Glover, Vanessa Redgrave y John Hurt.
En cuanto a la relación con su primo, pues
finalmente hicieron las paces y llegaron a coproducir alguna película en
su país. Es la mejor forma de acabar la historia de un hombre que amaba
el cine, pero que no tenía talento para producirlo. Pero con acierto o
sin acierto, Golan y su primo hicieron cine y a mí, personalmente, me
han dado horas de entretenimiento y risas (casi nunca intencionadas).
Eternamente agradecido y descanse en paz.
Rayco.
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